Una noche para los devotos de Max Estrella
Con nocturnidad y alevosía. Como viene siendo tradición desde hace 13 años, unos cientos de madrileños participaron ayer en la Noche de Max Estrella, siguiendo la peregrinación del protagonista de Luces de Bohemia por los escenarios que describió Ramón del Valle-Inclán en su célebre obra. En esta edición, los organizadores homenajearon, en el centenario de su nacimiento, a Miguel Hernández, que fue, con permiso de Valle-Inclán, el protagonista de la noche. Un acto que inauguró ayer, en vísperas del Día Mundial del Teatro, un fin de semana que, con la celebración de la Noche de los Teatros, convertirá Madrid en un gran escenario.
El periplo valleinclanesco comenzó, como siempre, con una concentración de bohemios frente a Casa Ciriaco, en el 84 de la calle Mayor. Allí recibió a habituales y curiosos Ignacio Amestoy, promotor del recorrido junto con el también dramaturgo Luis Araújo. En esta primera parada, el catedrático y poeta Jorge Urrutia recordó a Miguel Hernández.La procesión encaminó sus pasos después a la calle Santa Clara, donde vivió y murió Mariano José de Larra. Como cada año, el crítico Enrique Centeno colgó del árbol que cubre la fachada un ramo de rosas. El homenaje al Pobrecito Hablador no se quedó ahí. Su chozno -o nieto de cuarta generación- Jesús Miranda de Larra, autor de la Larra, Biografía de un hombre desesperado, recordó la figura de un hombre "pulcro, a la moda", que usaba la exquisitez para instruir a los demás. También habló de su incapacidad para adaptarse cuando no se sentía a gusto con lo que le rodeaba.
Camino de la plaza de San Miguel, dos jubiladas, Gregoria Ibáñez y Beatriz Ramos, explicaban su presencia en el acto: "Nos gusta la literatura y hemos estudiado a todos los autores que se homenajea. Somos de una escuela de adultos y participamos en talleres literarios, de arte, de historia...".
El paso por la Chocolatería de San Ginés, la Buñolería Modernista en el relato de Valle-Inclán, sirvió para reponer fuerzas. Ya en la Puerta del Sol, en la esquina con la calle Montera, donde Valle ubicó la Taberna de Picalagartos, Rosana Torres, periodista de EL PAÍS -y promotora del acto desde sus inicios- conminó a adquirir en Navidad el número 5775, el capicúa que Max Estrella comprara a la Pisabién en la taberna.
En la Casa de Correos, hoy sede de la Comunidad de Madrid, Juanjo Martín Escriche, jardinero de profesión, ataviado con bombín e impertinentes, aseguraba que el recorrido es una buena forma de "conocer relatos y detalles del Madrid de 1900 que uno no sabe bien dónde encontrar".
Y así, paso a paso, la comitiva siguió la geografía valleinclanesca que los llevó, primero al Callejón del Gato, donde Max Estrella se miró en espejos cóncavos. Después, al Ateneo para recalar en el Congreso, donde el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, se unió a la lista de oradores de una noche que acabó -o no- en el Círculo de Bellas Artes.
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