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Crítica:De Pictura | ARTE / Exposiciones
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Más allá de los géneros

El título de la exposición no miente sobre sus intenciones. Se trata, en efecto, de la reivindicación de un nuevo pictorialismo, como enfatiza la articulación de sus secciones, cada una acompañada de una pintura antigua como punto de referencia. Ahora bien, el pictorialismo representa aquel momento decimonónico en que la fotografía buscaba reconocimiento como "arte". Pronto la irrupción de la vanguardia hizo superfluos esos esfuerzos: mientras que la artisticidad de la fotografía quedaba fuera de dudas, la pintura iría perdiendo protagonismo. Si el pictorialismo histórico pudo merecer el reproche de aquello que Adorno llamaba "pseudomorfosis", la ilegítima Mimikry de un arte por parte de otro, en detrimento de la autonomía de cada una de las artes, es obvio que eso ya no puede mantenerse sin más en un contexto en donde esa pureza suele ser vista con desconfianza y como políticamente incorrecta. Si se acepta que la pintura se sirva de la fotografía o aparente serlo, ¿por qué negar a ésta sus lazos con la pintura? Pero la cuestión implica otra cosa: que la imitación de la pintura no lo ha sido nunca de la pintura contemporánea, sino de modelos que los pintores ya habrían abandonado, en buena parte por la fotografía. De manera que el problema no estriba en la relación entre fotografía y pintura, sino entre lo contemporáneo (fotográfico) y una tradición (pictórica).

De Pictura

Espai Metropolità d'Art de Torrent

Avenida del Vedat, 103. Torrent (Valencia)

Hasta el 18 de abril

Esta muestra confronta el asunto invocando, con acierto, la tradición de los géneros de la pintura. Es verdad que siguen teniendo sentido y que la fotografía puede encargarse de ellos. Lo que sucede es que no todos admiten el mismo trato. Empezando por el bodegón, encontramos unos ejemplos debidos a Manuel Vilariño y a Peyrotau & Sediles, de pretensiones simbólicas, sesgo surrealista y resultados más artificiosos que la barroca pintura de Thomas Hiepes con la que no llegan a dialogar. En el retrato tenemos buenos trabajos de Pierre Gonnord, con personajes que sugieren una historia. En cuanto al paisaje, aquí se entiende como natural (el bosque de Carlos Cid), sublime (las figuras en el hielo de Ellen Koos) o en proceso de destrucción (los efectos del progreso contra la naturaleza, de Pétur Thomsen). Y luego el desnudo: no es lo mismo el cuerpo en piedra de una diosa que una muchacha desnuda ante una cámara. Las veleidades pictorialistas de signo clasicista desaparecen en cuerpos jóvenes maltratados, como los de Javier Velasco o de Victoria Diehl. La sección El cielo y la tierra, más allá de los géneros, remite a pinturas concretas. Yasumasa Morimura juega con los Caprichos de Goya en neotecnológicas imágenes kitsch de nítido sabor oriental. Erwin Olaf revisita obras de Murillo y Caravaggio, en un inquietante ejercicio de anacronismo.

Pero la fotografía no necesita buscar la belleza en la pintura del pasado, aunque pueda mantenerse fiel a sus géneros. Hay uno que la fotografía ha cultivado maravillosamente: la pintura de historia. Pues la fotografía sabe captar lo que sucede, y eso resulta importante. Como esas imágenes censuradas en Valencia, con ejemplos de fotoperiodismo y poco tienen que ver con Leon Battista Alberti.

<i>San Sebastián</i> (2002), de Anthony Gayton.
San Sebastián (2002), de Anthony Gayton.

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