Nostalgia cuartelera
Hace unos días, unos 300 estudiantes de los seis colegios mayores que gestiona la Universidad Complutense se manifestaron en Madrid para: a) criticar los recortes presupuestarios y el abandono de las instalaciones que sufren esos centros, y b) mostrar su radical oposición a que tres de ellos se convirtieran en instituciones mixtas. Fue a propósito de este segundo punto que exhibieron una mayor combatividad e intolerancia: insultaron al rector, Carlos Berzosa, que salía de la reunión donde se abordaban estos cambios, y lo acosaron, empujaron y zarandearon hasta que consiguió zafarse de la multitud y llegar escoltado a su automóvil.
No fue asunto de fundamentalistas religiosos que clamaban contra la convivencia entre los dos sexos. Ni añoranza de los hábitos a los que obligaba la dictadura eclesiástico-militar del franquismo: ¡las chicas con las chicas y los chicos con los chicos! En esa línea se pronunció Esperanza Aguirre (que sintonizó con la revuelta).
Pero lo que resulta previsible en esa modernidad casposa que encarna la presidenta de la Comunidad de Madrid resulta enigmático en unos jóvenes del siglo XXI de los que no se espera, en principio, tanta alergia a la convivencia entre damas y caballeros. Cuando se les pregunta a los que protestan, dicen que la segregación es buena para el equipo de rugby o que permite ir por pasillos y zonas comunes "como perico por su casa". Y consideran también que la iniciativa atenta contra la tradición y los valores de los centros y pone en riesgo su identidad.
Nadie sabe definir ni esa tradición, ni esa identidad, ni esos valores. Así que habrá que pensar, más bien, que no quieren renunciar a esas prácticas que año tras año configuran complicidades alrededor de ciertos rituales (las novatadas, por ejemplo), ciertas rivalidades (deportivas, sexuales), ciertas costumbres (la manera de organizar sus fiestas)... Y que son las que establecen la jerarquía entre los que mandan y los que obedecen. Como en los antiguos cuarteles y conventos. Estos jóvenes defienden, pues, el viejo gregarismo machista. Una
causa poco recomendable.
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