_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dejemos la Diagonal en paz

El profesor Franz de Copenhague, el entrañable creador de "los prácticos inventos del TBO", debería ser nombrado ciudadano honorario de Barcelona, merece incluso un monumento en el centro de la plaza de Catalunya. Se rendiría así justo tributo a quien es, según todos los indicios, el inspirador intelectual de algunas de las mayores iniciativas del gobierno municipal barcelonés a lo largo de los últimos lustros: el Fórum Universal de las Culturas, los Juegos Olímpicos de Invierno en 2022... y ahora, la reforma de la avenida Diagonal.

Como sin duda recordarán los lectores menos jóvenes, las invenciones de Franz de Copenhague se caracterizaban por ser artefactos estrafalarios, de mecánica complicadísima, destinados a alcanzar una finalidad absurda o banal; por ejemplo, a evitar la caída de un cabello en la sopa. Es exactamente la misma filosofía que inspira la decisión de poner patas arriba la Diagonal y, de paso, todo el tráfico rodado por el Eixample..., para convertir la avenida de nombre geométrico en una presunta rambla o un supuesto bulevar.

Algunos déspotas ilustrados creen que la mejor manera de potenciar el transporte público es dificultar el privado

De entrada, el proyecto no responde a ninguna demanda social o vecinal significativa. En una ciudad donde florecen con tanta facilidad las pancartas reivindicativas en los balcones, no se ha visto ninguna en la Diagonal que diga: "Volem un bulevar!". Tampoco parecen reclamar reforma alguna los comerciantes de la avenida: basta ver a cuánto se paga el metro cuadrado de alquiler en los locales de la zona para deducir que, en su actual estado, la Diagonal no es un mal espacio para el shopping ni para las tiendas de lujo. La idea, pues, no nace de la calle, sino en los despachos. En los despachos de algunos "expertos" y ciertos políticos, unos y otros con mentalidad de déspotas ilustrados: esa mentalidad según la cual la mejor manera de potenciar el transporte público es dificultar al máximo el transporte privado; aquellos expertos capaces de afirmar, impávidos, que "para el peatón, cruzar seis carriles es una aberración". Supongo que, por ende, cruzar los Campos Elíseos de París (ocho carriles) ya debe de ser un crimen, y atravesar la avenida del 9 de Julio de Buenos Aires (18 carriles) un genocidio...

Como es propio de todos los arbitristas y redentores, quienes propugnan desfigurar la Diagonal dicen hacerlo por nuestro bien, para ofrecer a los peatones anchísimas aceras y un nuevo "espacio público digno", no una simple vía de paso. Es muy de agradecer; pero, antes de embarcarse en tan colosal y costosa movida, ¿no sería más fácil prohibir de verdad a ciclistas y patinadores el paseo central de la Rambla de Catalunya, permitiendo a los viandantes gozar con seguridad de aquel agradable ámbito? ¿Y no resulta a todas luces prioritario dignificar, recuperar La Rambla para uso y disfrute de barceloneses y visitantes, liberándola de trileros, pedigüeños, prostitutas y carteristas? Sí, comprendo que rehacer por completo la Diagonal tiene más glamour y permite exhibir diseño, pero ¿por qué no organizar también una consulta sobre qué clase de Rambla queremos? La participación podría ser elevada, porque siempre motivan más los problemas reales que los inventados.

Como ha informado estos últimos días la prensa, la Diagonal remodelada según uno u otro de los dos proyectos municipales expulsará a tres de cada cinco vehículos de los que circulan hoy por la avenida; es lo lógico, si los carriles se reducen de cinco a dos por sentido. Pero, de creer a los técnicos de la Casa Gran, esos 23.000 coches diarios excedentes, o sus ocupantes, se diluirán por otras rutas o medios, sin crear el menor problema. Entre las claves de este prodigio de la movilidad urbana se cita la entrada en servicio de la línea 9 del metro. Pues bien, dado que dicha línea no funcionará por completo antes de 2018, permítanme una modesta sugerencia: esperemos a 2018, veamos en qué modifica la L9 el uso del coche privado, del bus, etcétera, y reabramos entonces el debate. Y entretanto, dejemos la Diagonal en paz.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_