Una parcela en el cielo
Las octavillas que repartían en la misa de doce del domingo de su parroquia no invitaban esta vez ni a la plegaria, ni a la penitencia, no convocaban procesiones, manifestaciones, ni peregrinaciones piadosas. Pero al feligrés, que se había dejado las gafas de vista cansada en casa, le causaron desasosiego y confusión: "Se ponen a la venta las últimas plazas disponibles", "No le des más vueltas, es tu oportunidad". El paraíso debía de estar abarrotado, el cielo es infinito, pensó, pero a lo mejor la parte reservada para uso y disfrute de los bienaventurados tiene sus límites. El purgatorio y el infierno debían de estar también hasta los topes y en crecimiento continuo, pero nadie querría comprar allí, aunque tenía que haber plazas reservadas para los que habían vendido su alma al diablo, que eran legión, según las prédicas de los sacerdotes: endiablados políticos, endemoniados periodistas y heréticos intelectuales que, sin saberlo, ya estaban haciendo cola a las puertas del Averno. Nunca había pensado el feligrés que su católica Iglesia llevara una contabilidad tan estricta como la de los testigos de Jehová, que certifican el número exacto de los que se salvarán y que, por cierto, son muchos más que los que siguen su credo estricto y extravagante.
Según las previsiones episcopales, los aparcamientos ingresarían 3,8 millones
Tenía que pasar, la Iglesia católica necesitaba urgente financiación para poner coto a tanta campaña de acoso y descalificación, y habrían recurrido a un gestor, un experto en recalificaciones y privatizaciones, salvado de milagro, que estaba aplicando sus terrenales recetas para acabar con los problemas de hacinamiento en el paraíso, las últimas parcelas disponibles estaban reservadas y financiadas; en la misteriosa octavilla figuraban las condiciones de pago y las cuotas que garantizaban una inversión divina. Incluso venía un mapa de la zona y la foto de una familia feliz y dispuesta a mudarse al otro barrio para disfrutar eternamente en un entorno paradisíaco con un vecindario modélico y una seguridad de mil demonios.
Guardó la octavilla en el bolsillo esperando llegar a casa para leerla en profundidad, pero a la salida de la iglesia una valla publicitaria le dio una primera pista de su despiste. Sobre un desolado solar, un cartel del arzobispado de Madrid explicaba: "Construcción nuevo centro parroquial con aparcamiento subterráneo". Por eso figuraba un coche en la propaganda junto a la foto de la familia feliz, una imagen, ya le extrañaba a él que se pudiera acceder al paraíso con el vehículo familiar. Las 240 plazas en oferta eran terrenales, construidas sobre terrenos piadosamente cedidos por el Ayuntamiento de la capital.
Supo por los periódicos del día siguiente que en el paraíso episcopal se había colado una serpiente. Las fincas cedidas por el Consistorio sólo se podían utilizar para construir iglesias y centros vinculados a la actividad parroquial y el arzobispado madrileño ni siquiera había solicitado las preceptivas licencias de obra. Ahora el arzobispo Rouco se veía obligado a devolver cuatro terrenos al Ayuntamiento, el aparcamiento de vehículos no era considerado como obra social o caritativa y sin los óbolos de la feligresía no habría ni templos, ni centros, ni garajes.
Según las previsiones episcopales, los aparcamientos previstos ingresarían en las católicas arcas 3,8 millones de euros; luego ya verían lo que construir encima. "El importe recaudado se destinará a la construcción del complejo", advertía la publicidad, pero el demonio, encarnado en el concejal socialista Viondi, había destapado la olla. El edil preguntó por qué el Ayuntamiento había concedido dos licencias urbanísticas donde no estaba permitido el uso lucrativo y el Gobierno municipal aclaró que el Consistorio había requerido por escrito al arzobispado para que se abstuviera de construir los aparcamientos.
Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. La sentencia evangélica que aconsejaba pagar tributos a los romanos siempre sonó a maldición en los oídos de los padres de la Iglesia. Aquí y en la descapitalizada Grecia, donde los popes ortodoxos, señores de los cielos y de la tierra, están a punto de pagar sus primeros impuestos para colaborar en la salida de la crisis. Peligroso ejemplo; Rouco y sus acólitos deben estar haciendo rogativas para que el Gobierno de ZP no se decida por una solución a la griega.
Según datos recogidos por este periódico, la Iglesia católica española recibe anualmente 3.500 millones de euros, y ya hay endemoniados que sugieren reducir las piadosas subvenciones, lo que dejaría a la Iglesia al borde del ERE.
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