Europa: libertades o esclavitudes
Cuando llegamos al ecuador de la presidencia de turno de la Unión Europea es momento de intentar un primer balance. El Gobierno veía en ese semestre un sinfín de oportunidades y de protagonismos, pero la crisis y otras circunstancias concomitantes lo ha convertido casi en un calvario. Primero, hubimos de soportar los retrasos de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que anduvieron manoseando el primer ministro de la República Checa y el presidente de Polonia cuando ya se habían resuelto las objeciones de Irlanda. Luego, sufrimos las consecuencias derivadas de iniciar el año sin que estuviera nombrado el Colegio de Comisarios. Por último, nos correspondió inaugurar el ensamblaje de las instituciones de nuevo cuño -la presidencia permanente del Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno, encomendada a Herman van Rompuy, y la cartera de Asuntos Exteriores, en manos de Catherine Ashton-.
Está en juego el modelo europeo, que quieren presentar como un lastre para la competitividad
Además, y sobre todo, hubimos de encajar el aplazamiento de la cumbre de la Unión Europea con Estados Unidos porque en la agenda del presidente Barak Obama faltaban fechas para viajar a Madrid. Así que aquel pronóstico de Leire Pajín, cuando andaba estrenando responsabilidades en Ferraz, sede de la Comisión Ejecutiva del PSOE, sobre la asombrosa conjunción astral que se produciría entre Obama y nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, se redujo al desayuno de oración en Washington. Una ocasión que aprovechó como invitado de honor para adornarse con citas muy celebradas del Deuteronomio. Todo ello ante una numerosa compañía a la que se sumaron algunos afines muy escogidos del mundo de la empresa y de los medios, que fueron llevados en volandas ex profeso desde Madrid para que dejaran constancia.
Algunos, propensos al juicio sumarísimo, han querido reducir a la nada nuestra presidencia semestral. Pero ignoran que Herman van Rompuy sólo preside el Consejo Europeo y a Catherine Ashton corresponde únicamente el Consejo de Asuntos Generales, que forman los ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros. De modo que todos los demás Consejos Sectoriales, de Asuntos Económicos y Financieros, de Justicia e Interior, de Empleo, Política Social, Sanidad y Consumidores de Competitividad (Mercado Interior, Industria e Investigación), de Transporte, Telecomunicaciones y Energía, de Agricultura y Pesca, de Medio Ambiente, y de Educación, Juventud y Cultura, se convocan y celebran en cada caso bajo la presidencia del titular español de esa materia. Es, por tanto, la maquinaria de la Administración de nuestro país la responsable de fijar el orden del día y de establecer las conclusiones.
A estas tareas debe sumarse la de las Cumbres de la UE con Marruecos, celebrada en Granada, con Pakistán, prevista en Bruselas, con Japón en Tokio, con México en Santander, con Chile, la Comunidad Andina, MERCOSUR y Centroamérica en Madrid, con Rusia en Rostov, con Canadá en Bruselas, con Egipto y con la Unión por el Mediterráneo en Barcelona, entre otras. O sea, que hay muchísima tela por cortar y se están poniendo a prueba nuestras capacidades. Entre tanto, se multiplican las comparecencias ante el Parlamento Europeo, que ha visto reforzados sus poderes con el Tratado de Lisboa, cuya rápida y plena aplicación es la primera prioridad de la presidencia española. A la que se suman la recuperación económica y la creación de empleo dentro de la estrategia 2020, el impulso a la condición de la UE como actor global y la promoción de una ciudadanía europea de derechos y libertades.
Lo que está en juego es el propio modelo europeo, diferenciado de otros como el norteamericano, el japonés, el asiático o el latinoamericano. Un modelo social que reconoce los derechos de asistencia sanitaria, educación y otras prestaciones universalizadas. Al que se ha llegado como resultado de un proceso histórico que tiene que ver con las compensaciones a los combatientes de la II Guerra Mundial tras su desmovilización. Un modelo que quieren presentar como un lastre para la competitividad, ahora que Obama intenta adoptarlo al menos en parte. Porque si se perdiera el paradigma de la cohesión social, la exasperación de las diferencias conduciría a los guetos, donde los ricos erigen alambradas electrificadas para protegerse de los sin techo. Europa se sabe laboratorio de ideas y centro emisor y difusor de derechos, y si renunciara a su destino de exportar libertades y prosperidad acabaría importando esclavitudes y precariedades. Atentos.
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