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Columna
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Peatón

No tener coche es una circunstancia muy habitual en los tiempos que corren pero genera bastante extrañeza el hecho de no tener carnet de conducir. Es como no saber idiomas, como si fuera una tara para desenvolverse propiamente en el mundo moderno. Cuando era pequeño no había cosa en el mundo que me gustara más que los coches: coleccionaba un montón de cochecitos de juguete, me sabía todas las marcas y era un fanático de todos los videojuegos que se manejaran con un volante. No sé qué pasó después pero cuando tuve la edad de aprender a conducir había perdido el interés y no tenía intención alguna de sacarme el carnet. Quizás fue determinante para no querer ponerme en el asiento de conductor el recuerdo de esas largas tardes con mi padre buscando aparcamiento en el centro de Bilbao. Dábamos vueltas y vueltas sin parar a la caza de un hueco y eso agotaba la paciencia de cualquiera.

Tampoco he tenido necesidad laboral y personal de conducir: los lugares de trabajo que he tenido han sido siempre más accesibles por transporte público o he salido con chicas propietarias de coche (en ese caso yo era el consorte copiloto, muy ocupado manejando el radiocassette o consultando mapas de carretera). Todo esto me ha convertido en un peatón orgulloso, en un viandante militante que ve los coches como su enemigo.

No tengo un carácter especialmente violento pero como peatón soy un luchador vehemente, defensor de aceras anchas y calles peatonales. Hay gente que saca su genio como aficionado al fútbol, o con la política, o con las reuniones familiares, pero yo me convierto en un monstruo cuando un coche se salta un paso de cebra. No lo tolero y empiezo a echar espuma por la boca. Lo que pasa es que muchas veces el conductor se encuentra en un estado de excitación mayor al mío y la bilis le gotea más que a mí. En más de una ocasión, cuando he protestado airado porque un coche se ha saltado un semáforo, el conductor se ha bajado del coche para pegarme. En esas situaciones suelo salir corriendo acobardado. Soy defensor del peatón pero supongo que mi integridad física está por encima en mi escala de valores.

La batalla entre peatones y coches es una lucha desigual, por supuesto. Nunca he visto a un peatón atropellar a un coche en un paso de cebra. Lo contrario ha sucedido muchas veces. Por ese desequilibrio me gusta pensar que en las relaciones de coches y caminantes se puede aplicar la máxima comercial de "el cliente siempre tiene la razón". El peatón siempre tiene la razón y es débil ante una máquina llena de centrímetros cúbicos, caballos y una carrocería bastante más resistente que la humana. Hay que bajarles los humos a los coches, esa pandilla de arrogantes tienen todas las de perder y acabarán mordiendo el polvo.

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