El momento populista del PP
Esperanza Aguirre llama a la rebelión fiscal. La revuelta no es patrimonio de la izquierda, dice la presidenta de Madrid. Es verdad. Ya dijo en su día Manuel Fraga que la calle era suya. Y, en tiempos más recientes, hemos visto a Aznar al frente de la revolución conservadora y al PP en la calle, al lado de los obispos. Algo está pasando en un mundo en que la izquierda cada día está más modosita (probablemente, por falta de guión) y la derecha -aquí como en Estados Unidos- se nos ha puesto revoltosa, como si tuviera urgencia en consolidar su hegemonía ideológica antes de que los vientos cambien. Y pueden cambiar porque la crisis tendrá su resaca.
Esperanza Aguirre es el motor de la agitación pepera. Ella levanta la voz, ella pone el eslogan, cumpliendo el principio de Tabucchi, que dice que "el político más exitoso es el que simplifica más". Después viene Rajoy, que primero aplaude y a continuación enfría, no fuera que se diera alguna confusión sobre quién manda en el PP.
La cultura de Aguirre está prosperando dentro de la derecha y contaminando al propio Rajoy. En poco tiempo, el PP ha lanzado la rebelión del IVA; ha prometido bajar impuestos, a pesar de que la señora Aguirre no tenga ningún problema en subirlos cuando lo cree necesario; ha defendido políticas de austeridad radical, cuando el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad Valenciana que ellos regentan son los más endeudados del país; ha continuado la ofensiva para blanquear -que no limpiar- los delitos del caso Gürtel; ha acompañado -con el mismo fin- la operación anti-Garzón; ha dado un paso más adelante en el eterno discurso securitario con la propuesta de incluir la inconstitucional cadena perpetua en el Código Penal; ha incorporado al señor Cortés, padre de una niña víctima de la crueldad de la peor delincuencia, al equipo de asesores en materia penal. Recomiendo la definición de demagogia que da el diccionario de la Real Academia Española: "Halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia acción política". Casi todo lo que gira en torno a los casos enumerados tiene que ver con ello. Y lo demás tiene que ver con el proceso de desprestigio del Estado que la derecha puso en marcha desde los tiempos de Reagan y Thatcher y que está convirtiendo a los políticos en simples chivos expiatorios, al servicio del poder económico.
El populismo tiene tres componentes: la descalificación de las instituciones en nombre del pueblo, la promesa de algo que se sabe que no se puede dar, y la ruptura de los tiempos políticos. De todo ello hay en el momento actual del PP. Lo realmente grave de la rebelión contra el IVA es el discurso descalificatorio de los impuestos, que convierte al Estado en una especie de saqueador de las economías particulares. Hacer un discurso permanentemente negativo contra los impuestos es una irresponsabilidad en un partido que aspira a gobernar y un engaño, porque inevitablemente el PP, el PSOE o quien sea, tendrá que subir impuestos para recuperar, después de la crisis, los equilibrios fiscales. En vez de relacionar positivamente los impuestos con los servicios que se dan, y exigir -y autoexigirse cuando se gobierna- una calidad de servicios proporcional al esfuerzo que hacen los ciudadanos, se convierte la bajada de impuestos en paradigma ideológico, simplemente porque a todo el mundo le gusta que le digan que pagará menos. Prometer lo que se quiere oír en vez de explicar lo que hay que hacer.
Se habla mucho de desafección ciudadana. Es, en parte, el efecto de haber oído tantas cosas contra el Estado, tantas excelencias de las desregulaciones, tantos elogios de todo lo que sea menos Estado. Este discurso, en buena parte, se ha estrellado en la crisis. Y aunque de momento parece que no cambia nada hay un runrún de irritación que va socavando el suelo. El malestar con las élites crece. ¿Hay forma mayor de contribuir al desprestigio de lo público que lo que está haciendo el PP con el caso Gürtel? Parece obvio que, por pura salud del sistema, el PP, en tanto que actor principal del juego democrático, debería esclarecer todas las sombras de corrupción que pesan sobre él. Pues, no, prefiere conseguir la nulidad por defectos en la instrucción, sin que los hechos se aclaren, y que las sombras persistan, amparadas en una resolución judicial. En vez de limpiar, blanquear. Dicho de otro modo, en vez de extirpar la corrupción, taparla. El manto del populismo -de la demagogia y del descrédito de las instituciones- se ha puesto sobre el PP, a golpe de corneta de Aguirre. ¿Llegará Rajoy a tiempo de enfriarlo? Gürtel pesa mucho.
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