Prêt-à-porter
Ha llegado a mis manos, regalo de una amiga muy querida, cierto libro que pese a su título, Lecturas no obligatorias, debería figurar en un lugar preeminente de toda biblioteca. Su autora, la premio Nobel polaca Wislawa Szymborska, tal vez más conocida por su poesía, recoge una serie de artículos cortos que no son sino las críticas publicadas en un diario local a volúmenes variopintos y con frecuencia irrelevantes, que nadie de su categoría se suele dignar comentar: desde un tratado sobre jardinería o un manual para empapelar la propia casa hasta textos "menores" sobre Vermeer o Montaigne. Es posible que la palabra "crítica" no sea del todo adecuada para esas piezas exquisitas: la autora se considera una lectora amateur -qué mejor categoría de lector- y por tanto no obligada a evaluar las cosas que lee. Las comenta sin más. O sin menos, pues su mirada fresca, inesperada, hace que las lecturas más banales se conviertan en un delicioso paseo por la imaginación de Szymborska.
Un buen ejemplo es el comentario sobre Vida diaria en Varsovia durante la Ilustración, que comienza con una frase muy aguda: "Soñamos, ¡pero tan negligentemente, tan a la ligera!". Nada más cierto: cuando deseamos vivir en una época pasada no tenemos en cuenta que no aterrizaríamos en el castillo de un noble y que, incluso allí, no habría medicinas, ni higiene, ni luz...
En este momento pueden verse en Madrid y París dos exposiciones en las que soñamos
... con ser dueños de uno de los fabulosos trajes que en ellas se exponen. Una es la muestra de Fortuny y Madrazo, el diseñador de los años veinte afincado en Venecia e hijo del pintor Fortuny y Marsal, quien le representa siendo niño, premonición casi, sobre la lujosa tela rosa en un salón japonés -cuadro que da título al texto de Pérez Rojas en el catálogo de la exposición del Museo del Traje-. La otra es un recorrido por creaciones y memorabilia de uno de los grandes talentos e indiscutibles estrellas de Dior, el inefable Yves Saint Laurent -YSL-, al cual dedica una retrospectiva el Petit Palais parisiense. Se trata de dos propuestas antitéticas, como las décadas y los estilos de vida a los cuales corresponde la ropa, si bien en ambos casos despiertan en el visitante la urgencia por poseer los objetos que se exhiben. Y ocurre de una manera imperativa, más que con un cuadro o una fotografía, quizás porque tuvo razón Freud al hablar del fetichismo del tacto y los tejidos que él, como buen médico del XIX, de otro tiempo, circunscribía a las pulsiones femeninas, las que se quedan ancladas en sentidos inferiores, fuera de la vista.
En esto no tuvo razón Freud, pese a lo brillante de sus intuiciones, porque todos los visitantes, ellos y ellas, sueñan del mismo modo con tocar las fabulosas telas de Fortuny y recorrer, con los dedos al menos, el deslumbrante minivestido al estilo Mondrian del apasionante YSL, quien se retrató joven, guapo y desnudo para publicitar su nueva línea de perfume causando furor en aquel momento; creando, igual que con su smoking para mujeres, una nueva forma de contar la moda, que llega a los rincones del corazón -de eso supo mucho YSL-, incluso a aquéllos donde no entra el "arte" que sólo entra por los ojos.
Miramos embobados la ropa inalcanzable: qué le vamos a hacer. Nos conformaremos con un frasco vintage de Rive Gauche o hasta con uno cualquiera de la perfumería de abajo. Aunque puestos a soñar, ¿por qué no desear un vestido de los expuestos? Ay, ¡los sueños a la ligera de los que habla Szymborska! Se nos ha olvidado pedir nuestra talla y la soñada prenda, después de conseguida, no nos vale. -
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.