¿Dónde estás, papá?
- "Cuando tenía 14 años, mi padre
era un ignorante... Cuando cumplí 21,
me asombró lo mucho
que había aprendido en siete años".
-Mark Twain
Los jugadores de fútbol son unos niños. Como en el colegio, algunos son más maduros que otros, pero no dejan de ser niños. Les endiosamos. Nos desvivimos por conseguir sus autógrafos o hacernos fotos con ellos (porque nosotros también revertimos a la infancia cuando entramos en planeta fútbol), pero no dejan de ser niños. Fíjense en Zinedine Zidane, que en su momento de máxima veteranía cometió la imperdonable chiquillada de dar un cabezazo a un rival, como si de una pelea de patio se tratara, en la final de la Copa del Mundo, garantizando que su equipo se quedara con diez.
Sólo hay un hombre capaz de salvar el proyecto de Florentino Pérez la temporada que viene: José Mourinho
Y eso que Zidane es de los menos complicaditos que andan por ahí. Fue, y es, un hombre de familia. A muchos jugadores más la combinación de fama y dinero les hace caer en la tentación de creerse realmente que son seres superiores, de convertirse en pequeños césares o sultanes, lanzados a satisfacer todos sus apetitos, sean estos materiales (coches, ropa, casas) o sexuales. Igual que los actores de Hollywood, sus primos hermanos en el mundo del entertainment.
Con la diferencia de que los futbolistas sufren un grado de presión psicológico más constante y mayor. Cada vez que salen a hacer su trabajo son sometidos a juicio no por un jefe, sino por millones y millones de personas. Dos veces a la semana se encuentran bajo una enorme lupa, escrutados y criticados por infinidad de aficionados en todo el planeta, como insectos en un laboratorio.
La tensión entre el endiosamiento que viven fuera del campo y su vulnerable humanidad dentro de él, su inevitable susceptibilidad al error, genera grandes retos para los clubes, que invierten la mayor parte de sus presupuestos en ellos. ¿Cómo hacer que estas inversiones resulten rentables o que, por lo menos, no acaben en pérdidas catastróficas? Garantía no hay ninguna. Pero hay una opción que se debe al menos intentar, un seguro de vida en el que vale la pena gastar.
Los futbolistas, siendo niños, lo que necesitan es un buen papá. Un papá que respeten de manera tan automática como si la relación fuera biológica y que, según las circunstancias, sepa cuándo animarles, cuándo regañarles, cuándo defenderles, cuándo darles cariño y cuándo darles un castigo. Y, si se trata no de un niño sino de 11 o de una plantilla de 24, es aún mayor la necesidad de que el papá sea un superpapá, un crack de la gestión familiar al mismo nivel que Leo Messi es un crack del balompié.
He aquí la principal razón por la cual el Manchester United y el Arsenal han conseguido estar entre los tres primeros de la Liga inglesa año tras año en la última década y el motivo por el cual llegan infaliblemente, como mínimo, a los cuartos de final de la Champions League. También aquí está la explicación de por qué, cuando caen, caen con gloria. Nadie les acusa de haber concedido la victoria al otro por falta de entrega o entusiasmo o coraje o confianza o pasión por los colores.
A lo que vamos es a que el Manchester y el Arsenal tienen en Alex Ferguson y Arsène Wenger a dos entrenadores cuya autoridad sobre sus equipos es absoluta. Son padres leales y duros, queridos y respetados. Y ambos conocen a sus jugadores como si fueran efectivamente sus propios hijos. Por eso, llegada la hora de la verdad, llegado un partido de presión extrema, han acumulado la información y la confianza necesarias para saber cómo transformar los nervios de los jugadores en energía positiva. Lo vimos esta misma semana. El Manchester ganó por 4-0 al Milan en los octavos de la Champions; el Arsenal, que había perdido el partido de fuera contra el Oporto por 2-1, ganó por 5-0 en casa.
La centralidad del entrenador en un equipo de fútbol es indiscutible. Más que cualquier jugador, es el motor del éxito. Si no lo sabían antes en el Madrid, lo saben ahora. Ya que ni Ferguson ni Wenger querrán irse al Bernabéu, sólo hay un hombre, un gran papá, capaz de (y quizá dispuesto a) salvar el proyecto de Florentino Pérez la temporada que viene. Aunque cobre más que Kaká o Cristiano Ronaldo juntos, hay que traerlo. Los jugadores (no importa lo ricos y famosos que sean) le querrán y temerán en la justa medida. Es portugués y es un genio que donde va triunfa. Se llama José Mourinho.
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