La moda chic de querer a todos
Un perro, Dulcinea, pasó 15 días velando a otro que había sido atropellado en una carretera cercana a Madrid. La noticia sobre perros fieles y compasivos ha llenado la historia de nuestra existencia.
Ahora, además, un par de libros norteamericanos, que se llaman prácticamente igual, tienen que ver con la aproximación sentimental entre seres vivos de nuestro tiempo. Uno de estos libros es The age of empathy, cuyo autor, Frans de Waal, biólogo y psicólogo, seleccionado por la revista Time entre las 100 personas más influyentes del mundo, sostiene que ahora, en tiempos de crisis, nos iría incomparablemente mejor -acaso inexorablemente- si imitáramos comportamientos de empatía que tanto se registran entre animales y de los que él mismo ha recogido una abrumadora colección de ejemplos.
Para la preservación universal, es crucial que la asunción de la fuerza del contrario termine confundiéndose con la propia
Otro libro, además oportuno y acaso oportunista bestseller, es la última obra de Jeremy Rifkin, a punto de aparecer en las librerías españolas con el sello de Paidós. O nos empatizamos todos en esta compleja tesitura global o nos hundimos a granel por falta de redes.
Las redes representan, dentro de esta tesis, la clave obvia, indispensable y cabal. El mundo globalizado progresa a través de crecientes interconexiones y las interconexiones deciden la naturaleza del conocimiento, la organización política, el sistema económico y la vida personal.
Las webs sociales son las primeras colmenas de esa agrupación dialéctica y tanto su número y variedad crecientes forman un tejido, según Rifkin, en que por su misma textura implicará a unos y otros en la asunción de problemas y en su colectiva resolución. En Rifkin, el asunto magnífico se centra en el mandato ecológico que o protege el planeta para la supervivencia de todos o nos mata hasta el final. En esa tarea de preservación universal, sin embargo, es crucial que la asunción de la fuerza del contrario termine confundiéndose con la propia fuerza, su provecho y su voluntad.
La idea ("interrelacionados todos") de aroma oriental, se explica, por añadidura, en las 720 páginas de Mitchel Bitbol, investigador del CNRS francés y autor de un libro aparecido estos días en Francia y cuyo título es De l'interieur du monde. Pour une philophie et une science des relations (Flammarion).
Recomendar un tratado de tantas páginas no me cabe en los términos de una columna, pero dos aspectos unen, siempre bajo el signo de la "relación", los libros de la empatía con la filosofía. No hay un libro y una mesa, como dice Wittgenstein, sino "un estado de cosas" (Sachverhalt), objetos en cierta relación. Igualmente, en la teoría cuántica no se llega a ninguna parte examinando el mundo como una serie de entidades objetivas, sino en una cópula variante entre el sujeto y su percepción, y entre el objeto y su seducción.
O en las personas, donde ocurre lo mismo. El padre no sería tal -dice Bitbol- sin hijo. De modo que la causa se confunde con su consecuencia en la misma acción. La teoría cuántica que mostraba la interdependencia entre objeto y sujeto, entre la mirada del sujeto y la subjetiva estampa del objeto abre, por fin aunque retrasadamente, las puertas a un entendimiento de las relaciones con el mundo y al mundo en sí como un ovillo en que las fuerzas no se hallan determinadas ni el destino escrito.
Los renglones torcidos de Dios son tan efectivamente enrevesados que la complejidad prima sobre la claridad y no sólo porque todo lo sofisticado gana prestigio en la moda, sino porque lo llano, lo concreto o lo mónada es una herencia de la historia de Descartes, las mónadas de Leibniz y el convento de Newton y su congregación.
¿Empatía? ¿Compasión? ¿Intersexualidad? ¿Conciencia del sentir ajeno? ¿Cruce de los SMS? ¿Enredos y cambios en los valores, los estilos, las familias, la residencia, la moda, las tendencias, los coches, las sinapsis, las enfermedades, la teoría de sistemas, el cerebro engarzado al saber de la multitud? Ideas, sin duda fláccidas, poco elitistas. Poco firmadas porque, desde luego, ni el comunismo comunitario podía soñar en su actual generación. Este mundo y su ideología será o no será en el crecimiento de la empatía que viene a ser, en ciertos términos, como la recuperación de la vecinal supertrama del mundo, el complicado y aproximado seudobarrio de la aldea global.
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