Más rápida que la voz
La jefa de taquígrafos del Congreso copia con signos 180 palabras por minuto
"El señor Villarrubia Mediavilla: '¡Ay, Mariano, Mariano, qué flojo, qué flojo, Mariano!' -Rumores-". Los taquígrafos del Congreso de los Diputados recogen en cada sesión parlamentaria, con la misma solemnidad, declamaciones circunspectas, improperios, dimes y diretes. Como esta chanza reciente de un diputado socialista al líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, dicha fuera de micrófono, con la confianza del que torea al cuñado en el salón de su casa. Sea lo que sea, con tal de que se oiga, el equipo de María Luisa Dorado lo registra en los anales de la democracia española.
A 20 metros de la entrada interna al hemiciclo, caminando por un pasillo de alfombra, mullido, se llega al despacho de la señora Dorado, madrileña de 65 años. Viste formal, habla formal y es una cámara acorazada que no deja escapar un comentario sobre la capacidad de los oradores. Su lema es frío y riguroso: "La esencia de nuestro trabajo es copiar todo lo que se dice o pasa. Frases, llamadas al orden, risas, aplausos". Tiene las manos finas y manda en un grupo de 44 taquígrafos, que escriben signos en papel, y estenotipistas, que reproducen sílabas con un teclado.
"Recogemos todo: frases, aplausos, llamadas al orden", explica
Dorado Su mano traduce cualquier palabra en un chorro de tinta informe
"La cabeza de Fraga iba aún más rápido que su verborrea", dice la funcionaria
Lunes 23 de febrero de 1981: en la oficina de redacción se oye un '¡ra-ta-ta-tá!'
Quiso ser médica en una época en la que España no confiaba en la inteligencia de las mujeres -o desconfiaba demasiado de ella-. "Cuando a los 14 años dije mi vocación, mi hermano mayor me preguntó que adónde iba yo...", recuerda Dorado con una sonrisa comprensiva. "Las chicas de entonces teníamos dos opciones, ser secretarias o azafatas de Iberia, y como Iberia pedía chicas altas y que hablasen idiomas, me tocó estudiar para secretaria". Aprendiendo este oficio le cogió el gusto a la taquigrafía. "Me encantó la posibilidad de meter tanto en un espacio de papel tan pequeño".
La señora Dorado hace cosas notables con un bolígrafo y una hoja. Para ella, don José Luis Rodríguez Zapatero y don Mariano Rajoy Brey son dos garabatos pequeños y feúchos. Cualquier nombre o concepto que se le pida escribir se traduce en sus manos en un chorro de tinta informe. Democracia, economía, Cataluña, inmigración... son palabras que la jefa de taquígrafos del Congreso descorcha en una centésima de segundo con un giro de muñeca vertiginoso.
Usando un simple boli Bic, es capaz de reproducir 180 palabras por minuto y aguantar ese ritmo durante 10 minutos. Para conseguirlo, en su época de aprendizaje, allá por los años setenta, tuvo que entrenarse durante horas con textos de sesiones parlamentarias. No sólo era un ejercicio plomizo, por lo aburrido de los discursos parlamentarios, sino sufrido, muy sufrido. "No dejaba de escribir hasta que se me agarrotaba la muñeca y se me empezaba a pinzar el nervio del antebrazo", comenta María Luisa Dorado.
Empezó a trabajar de taquígrafa en el Congreso en 1979 y cambió de función en 1994, cuando se convirtió en redactora, la persona que pule los textos que primero se taquigrafían y transcriben. Pero sus neuronas no han sido capaces de dejar atrás el vicio de la repetición: "A veces estoy con un grupo de amigos, me dejo ir, y cuando me quiero dar cuenta estoy copiando mentalmente lo que dicen".
Dorado hace lo que puede por apartar su lengua de trabajo de las cosas cotidianas: "No he llegado al nivel de un antiguo jefe mío, que escribía en taquigrafía todas las cartas que mandaba, hasta las felicitaciones a su mujer". Ella evita tales extravagancias. Asegura, por ejemplo, que no le ha dado por dejarle la lista de la compra a su asistenta escrita en una ristra de criptogramas.
La discreción de la taquígrafa sólo se retira para elogiar a dos dinosaurios de la política bien distintos: "Copiar a Fraga era un reto. Su cabeza iba mucho más rápido que su verborrea. Carrillo, sin embargo, era lentísimo. Pero los dos eran muy buenos. Daba gusto escucharlos".
En los años de Fraga y Carrillo, cuando los escaños eran bancos corridos atornillados al suelo, no sillones de cuero como ahora, y los taquígrafos garrapateaban el bolígrafo entre nubes de tabaco negro, María Luisa Dorado vivió en el Parlamento el momento "más desconcertante" de su vida. Era lunes por la tarde y oyó un ¡ra-ta-ta-tá! desde su oficina. Lean lo que pasó. Palabra de taquígrafo:
"En este momento, y cuando eran aproximadamente las dieciocho horas y veinte minutos, tras escucharse en el pasillo algunos disparos y gritos de '¡Fuego, fuego!' y '¡Al suelo todo el mundo!', irrumpe en el hemiciclo un número elevado de gente armada y con uniforme de la Guardia Civil, que se sitúa en lugares estratégicos, amenaza por la fuerza a la Presidencia y, tras un altercado con el Vicepresidente Primero del Gobierno, Teniente General Gutiérrez Mellado, conmina a todos a tirarse al suelo, sonando ráfagas de metralleta. Queda interrumpida la sesión". Diario de Sesiones. 23 de febrero de 1981.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.