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'El fantasma de la ópera' pelea contra sí mismo

La secuela 'Love never dies' no resiste las comparaciones con el original

El protagonista es un genio incomprendido, un personaje que oculta tras la máscara el horrible rostro desfigurado y cuya obsesión amorosa le convierte en un asesino irredento. Pero el público lo adora, hasta el punto de haber convertido El fantasma de la ópera en el musical más exitoso de todos los tiempos. Esa es la gloria, pero también el talón de Aquiles, como se ha comprobado en el estreno mundial de una esperada secuela de la obra, anoche en el West End londinense, de nuevo servida por la partitura de Andrew Lloyd Webber. A pesar de su tópico y cursilón título, Love never dies (El amor nunca muere) revelaba que las segundas partes pueden ser dignas, gracias a lo impecable de su factura y del elenco de intérpretes, pero también que el espectáculo difícilmente va a resistir comparaciones con el original.

Lloyd Webber, mago de la escena británica, pone a prueba su reputación

En puridad no puede hablarse del regreso a escena del fantasma, porque el musical primigenio permanece en la cartelera de Londres y otras ciudades desde hace casi un cuarto de siglo, con cien millones de espectadores acumulados hasta la fecha. Con ese celebrado Fantasma de la ópera deberá competir a partir de ahora su propia secuela, que se nutre de los mismos personajes, aunque ubica la acción diez años después y la traslada desde París al otro lado del Atlántico. El oscuro protagonista ha hallado cobertura y fortuna como empresario en el Coney Island de 1907, el parque de atracciones de la playa neoyorquina trastocado en un escenario de vodevil, magos e ilusionistas. Todo ese colorido que despliega el arranque del espectáculo, servido por un excelente coro de bailarines, acaba difuminándose en unos interiores tenebrosos, la morada del fantasma cuya decoración, a pesar de las intenciones, acaba resultando más kitsch que gótica.

En ese marco consigue lucirse el artista Ramin Karimloo al interpretar una de las mejores baladas de la partitura, Till I hear you sing, un canto del fantasma a su torturado e imposible amor por Christine, la protagonista femenina. La secuela nos presenta a aquella joven promesa del original como una diva consagrada de la ópera, infelizmente casada con Raoul y madre de un niño, Gustave. La familia se traslada a Coney Island, seducida por una oferta de trabajo para que Christine actúe en la ópera del parque, lo que volverá a desencadenar un argumento de pasiones y venganzas...

Convencido de que sólo una audición repetida de sus nuevos temas musicales hará posible calibrarlos en su justa medida, Lloyd Webber envió copias de la banda sonora a varios críticos londinenses días antes del estreno. Canciones como Love never dies encarnan lo mejor del repertorio de su autor, aunque está por ver que contenten a los fanáticos de las baladas románticas Music of the night o All I ask you, consideradas las perlas de El fantasma de la ópera.

Un ramillete de foros digitales llevan días cargando contra la partitura de la secuela, la escenografía y la trama, tildada de aburrida e insulsa. Ese juicio desmedido, supuestamente apoyado en el visionado de algunos de los pases del preestreno, ha provocado las iras de Lloyd Webber y una extraña recomendación por su parte: "Nunca vayan a ver un musical al menos hasta un mes después del estreno". Multipremiado compositor y productor, autor de una decena de musicales, entre los que destacan Evita, Sunset Boulevard o Cats, el mago británico de la escena pone a prueba su reputación con una secuela que lleva barajando desde hace dos décadas.

Así como El fantasma de la ópera se inspiró en una novela gótica escrita por Gaston Leroux en 1911, Lloyd Webber buscaba una historia original e inédita para recrear la secuela. El novelista Frederick Forsyth figura entre las contribuciones al libreto de Love never dies, pero sólo las ideas finalmente aportadas por Ben Elton lograron desbloquear el proyecto.

Cuando la función levantó ayer la cortina por primera vez, ya había cubierto el coste de ponerla en pie (6,6 millones de euros), porque la venta anticipada de entradas se cifra en los 9,95 millones. No se trata de una proeza: el año pasado el musical Oliver había recaudado 16,58 millones la víspera de su estreno. Pero al margen del orgullo artístico de Lloyd Webber, que hoy afronta la sentencia de la crítica londinense especializada, los números están a favor de un éxito comercial. Sólo necesita que una pequeña parte de esa audiencia que, desde 1986, ha llenado los teatros de 25 países para ver El fantasma de la ópera se decida a seguir las andanzas del malvado más aclamado de la escena.

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