Dar la cara
Dice el filósofo italiano Giorgio Agamben que "contemporáneo es aquél que recibe en plena cara las tinieblas que provienen de su tiempo". Es posible que la crisis esté instalando en nuestras sociedades tinieblas nuevas, pero lo que es seguro es que está actualizando, sacando a relucir, muchas de las antiguas, o muchas que son antiguas y que lo que pasa es que estaban arrinconadas, silenciadas, borradas del mapa por una realidad que caminaba muy por encima de sus posibilidades y además con pies de barro; una realidad que se fingía (y vendía) pletórica, cuando lo cierto es que estaba enferma, aquejada de males tan serios, tan estructurales o tan crónicos, que ahora el tratamiento no es de los de ambulatorio, sino de unidad de cuidados intensivos. Y pongo en cursiva la palabra que encierra más sentido, tanto que no debería traducirse sólo como acuerdo (obligado) entre grupos políticos, sino fundamentalmente como pacto y/de fusión de éstos con la sociedad. Y personalmente echo de menos, como casi siempre -en los escenarios habituales de debate, y a través de los medios de comunicación- más voces privadas entre las voces públicas, más propuestas civiles, terrestres, entre tantas aéreas; más discursos insólitos entre los conocidos.
La crisis tiene por lo menos dos aspectos positivos. El primero, el de haber sacado a la luz (los) verdaderos problemas, "sincerado" a la realidad social consigo misma, o si se prefiere, rebajado drásticamente su tasa de autoficción (índice cuya consistencia material y valor económico no deberían descuidarse y menos despreciarse). Lo que parece más que saludable: sólo tener los pies pegados a la tierra permite avanzar; sólo los diagnósticos acertados se remedian. El segundo aspecto positivo de la crisis es que nos está volviendo a los ciudadanos mucho más contemporáneos en el sentido de la cita de Agamben. No sólo porque estamos recibiendo en pleno rostro las tinieblas del ahora mismo, sino, esencialmente, porque se ha vuelto muy difícil ponerse de espaldas al presente, volverle la cara, mirar para otro lado.
Durante mucho tiempo -demasiado, que ahora ya sabemos que nuestra economía, como sucede con algunas estrellas, daba luz estando medio muerta- "distraerse" de la realidad ha sido relativamente sencillo, entre otras razones porque invitaciones y espejismos para ello no han faltado, desde la autocomplacencia de los discursos públicos hasta la soltura del préstamo bancario. Hoy no hay quien se distraiga. Los espejismos se han vuelto espejos, y no distinguir el duro paisaje que reflejan requiere un temerario esfuerzo, una ceguera deliberada. Insisto en leerlo en positivo, con optimismo. Parece razonable imaginar que, del mismo modo que se cura antes lo que de entrada se diagnostica bien, las sociedades que primero remedian las tinieblas de su tiempo son las más contemporáneas, las que más de frente las miran, las que con más lucidez y determinación les plantan cara.
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