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Columna
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Nada que celebrar

Hemos analizado desde muchos ángulos las razones del fracaso de la anterior Xunta, pero quizá la razón última fuese la debilidad del liderazgo, en sus respectivos partidos, de Touriño y de Quintana. Con independencia de errores y aciertos en la gobernación, ninguno de los dos lideraba un partido unido en un proyecto. No habían ganado la batalla del liderazgo interno previa a gobernar.

Así pues, al hacer balance del primer año de la nueva administración de la Xunta, lo que realmente se somete a examen es al presidente. Hace dos años, estando en la oposición tras ser vicepresidente con Fraga, cualquiera podía hacer cábalas sobre qué presidente de la Xunta daría Alberto Núñez Feijóo. Hoy ya sólo cabe constatar el que ha sido, el que es. Un presidente al que no se le debe dar aprobado en el examen de su gestión: su gobernación merece un suspenso. Su administración se dedicó desde el comienzo a desmantelar todo lo que había levantado la anterior y en algunos casos las administraciones anteriores de su propio partido. Es una Xunta desmanteladora, desprotectora. Le sirve de disculpa y explicación la crisis y la reducción del presupuesto, pero el origen último de tanta tijera es ideológico: Núñez Feijóo es un seguidor de las políticas de Esperanza Aguirre y del PP madrileño en general, por eso elimina políticas sociales y privatiza lo público. Conseguir una caja de ahorros gallega sería anotarse un punto, pero es asunto peliagudo. Hasta su partido defiende lo contrario.

Feijóo es seguidor de las políticas de Esperanza Aguirre y el PP madrileño
Aplica una política sistemática y mantenida de castigo al gallego

Y preocupante, pero además desestabilizador, es aplicar aquí también el programa del nacionalismo centralista y castizo. A ello responde el abandono del consenso y de las políticas de protección de la lengua gallega, que vive el dilema histórico de su supervivencia, para aplicar la política sistemática y mantenida de cuestionamiento y castigo a la lengua gallega. Ahí está la Consellería de la Presidencia, amenazando a los ayuntamientos para que no contraten personas que acrediten conocer gallego. No hay estampa más baja para un político gallego.

Feijóo llegó como el abanderado de las campañas lanzadas por la prensa de la derecha madrileña y está tan entregado a esa visión tan provinciana y centralista que olvidó completamente que la sociedad gallega existía. No se puede aplicar a rajatabla el programa de la derecha madrileña en Galicia. La derecha madrileña defiende unos intereses particulares que chocan con los intereses y el sentir de la propia derecha gallega. Y no se nos puede pedir a los gallegos que aceptemos ser despreciados, que aceptemos que proteger y defender la existencia de nuestra lengua sea una "imposición del gallego". Eso es llamarnos estúpidos o "gallegos en el sentido más peyorativo de la palabra". Feijóo volvió a revolver toda la sociedad cuestionando nuestra lengua, la que nos une y nos hace ser quienes somos, la hablemos y escribamos o no, porque no aprendió la lección del Prestige: no nos sacó de nuestras casas entonces la desastrosa gestión de un naufragio por parte de Álvarez Cascos, fue el desprecio que nos hicieron al ocultar y negar el desastre, y cuando nos llamaron "perros" al protestar por el abandono del Gobierno. Parece mentira, pero Feijóo o no conoció o olvidó lo que fue aquella rabia. Y es que, simplemente, desconoce la sociedad gallega: comparte la idea reinante en los medios de poder madrileños de que Galicia es irrelevante y no tiene derecho a existir políticamente y a gestionarse a sí misma. Es una idea equivocada, la sociedad gallega tiene una conciencia política de sí muy débil, pero tiene sentido de la dignidad colectiva.

Dejemos en paz ya a Rosa Díez. Su trayectoria política la puede conocer cualquiera y lo dice todo del personaje. Y si habló con desprecio de los gallegos y se reafirma es porque dice lo que aprendió aquí. Sí, ella estuvo aquí. La diputada por Madrid vino en un autobús con otros a manifestarse contra algo que llamaron "la imposición del gallego". Y no estuvo ella sola, miró a los lados y vio que junto a ella se manifestaban dirigentes del PP de Galicia. El conselleiro de la Presidencia y el propio presidente de la Xunta acudían a esas convocatorias que culpabilizaban nuestra identidad colectiva. Rosa Díez tiene motivos para sentirse traicionada cuando, ahora, esos la critican: "¡Serán hipócritas!¡Pero si es lo que pensaban ellos también!". Atacando a vascos y catalanes y despreciando a gallegos, la diputada madrileña consigue votos en su circunscripción. Pero aquí no deja de ser un chivo expiatorio de quien hoy gobierna la Xunta.

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