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Wilders revoluciona la política holandesa

La derecha xenófoba irrumpe en las urnas con dos victorias en las municipales - El populismo amenaza el modelo de coaliciones en las legislativas de junio

Isabel Ferrer

Geert Wilders, el líder populista conservador holandés, ya no es sólo un político vistoso de cabello oxigenado que ha hecho carrera criticando al islam. Tampoco es el diputado raso que militó con los liberales de derecha hasta 2004, para luego fundar en solitario su Partido por la Libertad dos años después. A pesar de que sólo presentó candidatos en dos ayuntamientos, su victoria en las elecciones municipales del miércoles le ha convertido en el político más visible del país.

Tal ha sido el eco de su ganancia, que buena parte de la noche electoral se consumió calculando el tipo de coalición de Gobierno nacional que se podrá formar tras las legislativas del próximo 9 de junio. En una tierra donde democristianos y socialdemócratas se han repartido tradicionalmente el poder, la irrupción de una derecha xenófoba con toques liberales, como la suya, está a punto de revolucionar el mapa político nacional. Wilders es un contendiente a batir, pero la izquierda le repudia y la derecha le mira con recelo.

El Partido de la Libertad aspira a obtener 27 de los 150 escaños en liza
Su voto procede de las clases medias y de la izquierda radical decepcionada

"Es un resultado fantástico. Hoy en Almere y La Haya [las ciudades donde contaba con candidatos locales]. Mañana en toda Holanda. El 9 de junio conquistaremos el país", dijo la noche del miércoles tras saberse ganador en ambos ayuntamientos. De haberse celebrado entonces las elecciones legislativas, el Partido por la Libertad habría obtenido entre 24 y 27 escaños en un Parlamento de 150 diputados donde ahora sólo tienen 9. De golpe, sería la tercera fuerza del país, indispensable en una coalición de centro-derecha. Para conseguir un Gobierno de centro-izquierda y arrinconarle, como desean socialdemócratas, verdes y socialistas radicales, se necesitarían cuatro o cinco partidos. Dicha alianza sería, como ha dicho Frans Timmermans, último secretario de Estado de Asuntos Europeos laborista, "una forma democrática de apartarle del Ejecutivo". También resultaría poco práctico, con tantos grupos defendiendo sus programas en cada decisión.

Lo que de verdad complica la situación de Wilders es, claro está, su rechazo frontal al islam y a la inmigración musulmana. Porque lo mismo defiende el matrimonio y los derechos de los homosexuales, que lanza un exabrupto contra el millón de inmigrantes musulmanes (un 6% de la población) que viven en Holanda. Ha comparado el Corán con Mein Kampf, de Hitler. Ha dicho que el credo musulmán "es retrógrado e incita a la violencia". Quiere prohibir el velo femenino en los ayuntamientos y demás instancias oficiales. En Almere, llegó a decir que el Gobierno, caído el mes pasado a causa de la retirada de las tropas holandesas de Afganistán, "no habría descansado hasta levantar un minarete en cada esquina". Repudia la construcción de mezquitas y propone "echar del país a los inmigrantes de origen marroquí o turco que cometan delitos".

"Su presencia en el Ayuntamiento de La Haya es un enigma. No sabemos lo que será capaz de pactar ni cómo se comportarán sus concejales. Hay que esperar acontecimientos", decían anoche en Forum, un instituto asesor del Gobierno en asuntos multiculturales dirigido por un holandés de origen marroquí. Con su facilidad de palabra, con la que obtuvo el puesto de escritor oficial de discursos en su época liberal, Wilders desvelará pronto su estrategia. Donde sus colegas a derecha e izquierda siguen usando la espesa jerga institucional para explicarse, él suelta frases castizas y cortantes. "La élite de izquierda todavía cree en el multiculturalismo, el súper Estado europeo y las subidas de impuestos. El resto de Holanda, no. La mayoría silenciosa tiene por fin voz", dijo en los mítines electorales de las municipales. Una frase excesiva, si se quiere, pero que le hace ganar adeptos entre la clase media que teme ser, como Wilders dice, "extranjera en su propia tierra de tradición cristiana".

El otro grupo que también le sigue es más curioso. En su día votaron al socialismo radical, pero su descontento populista está mejor representado hoy por un líder que les convierte, asegura, "en el ciudadano medio que duda de los gobernantes".

Para los que lamentan la presencia de Wilders en la tierra de la tolerancia, los sociólogos dan una explicación muy dura. Lo que se había presentado durante siglos como tierra de acogida, que lo fue y de la forma más honrosa, ha pasado a ser en los últimos 40 años un modelo de indiferencia. La noche de las elecciones locales, un grupo de holandesas autóctonas se cubrió la cabeza para ir a votar. Su pañolada fue llamativa e integradora a partes iguales. La pregunta es si arrinconar políticamente a Wilders no acabará por auparle.

El líder del Partido por la Libertad, Geert Wilders, celebra con simpatizantes la victoria en las municipales, el miércoles en Almere.
El líder del Partido por la Libertad, Geert Wilders, celebra con simpatizantes la victoria en las municipales, el miércoles en Almere.EFE

Dos ciudades para ensayar el asalto al poder

Almere y La Haya, las dos ciudades elegidas por el Partido por la Libertad de Geert Wilders para ensayar su asalto al poder, no pueden ser más representativas. La primera, una ciudad dormitorio situada a 30 kilómetros al este de Ámsterdam con un 35% de población de origen extranjero, es joven, abierta y en expansión. Representa el futuro. La otra es la imagen misma de la vieja política, con sus reuniones interminables y rencillas partidistas. En Almere, el grupo de Wilders ganó las elecciones municipales del pasado miércoles. La Haya lo tendrá como segunda fuerza tras la socialdemocracia.

Construida sobre un pólder, los terrenos ganados al mar especialidad de los holandeses, Almere inauguró su primera casa en 1976. Una década después, obtuvo el título de municipio y suma ya 185.000 habitantes. Para 2030 espera llegar a los 350.000. El censo lo componen en su mayoría familias con niños y vecinos de clase media que trabajan en la congestionada Ámsterdam. "Vienen en busca de espacio y un hogar con jardín y garaje, algo impagable en la capital. Como la mayoría trabaja fuera, nuestra meta es brindarles más oportunidades de empleo aquí", señalan en el Ayuntamiento.

En el sistema holandés, los alcaldes son designados por la reina para garantizar su independencia, así que no cambian aunque su partido quede en minoría tras las elecciones municipales. En el caso de Almere, la alcadesa, liberal, tendrá que cohabitar con una mayoría de concejales de la formación de Wilders.

En el Consistorio prefieren no hacer comentarios sobre el periodo que se avecina. Las primeras declaraciones del líder populista al saberse ganador dan una idea del estilo que imprimirán sus ediles. "Los musulmanes de Almere no tienen nada que temer". "Todos los que cumplan la ley y sigan las normas establecidas estarán bien". Teniendo en cuenta que ha sugerido gravar el uso del velo femenino hasta con 1.000 euros anuales, y que prometió formar un servicio de vigilancia ciudadana para mantener el orden, los demás partidos contienen la respiración.

La Haya es otra cosa. Su primer edificio señalado (la Sala de los Caballeros) data de 1236. Con unos 500.000 habitantes, es la sede del Gobierno desde el siglo XVI. Es la residencia de la reina Beatriz y cuartel general de empresas como la petrolera Shell y la aseguradora Aegon. El líder populista quería demostrar aquí la lejanía de los gobernantes actuales del ciudadano.

El alcalde, Josias van Aartsen, un liberal que fue ministro de Exteriores, ha hecho un gran esfuerzo en presentarla como "la capital de la paz y la justicia", por los tribunales internacionales que alberga. Para Wilders, sin embargo, La Haya simboliza la lentitud de la maquinaria gubernamental. Una imagen que el alcalde no quiere dar. Al contrario. "Espera que el nuevo Consistorio coopere y trabaje en armonía para el futuro".

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