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Fortuny o el ideal de Venecia

La Pedrera redescubre y reivindica en una exposición al polifacético artista

En el imaginario colectivo, Venecia es esa ciudad sobre el agua en la que hace siglos se detuvo el tiempo. Un tiempo perdido que Mariano Fortuny Madrazo (Granada, 1871-Venecia, 1949) ejemplificó como pocos a lo largo de la primera mitad del siglo XX. El hijo del pintor catalán del mismo nombre, artista y artesano, creador e inventor, diseñador y empresario, se ha convertido en una parte de la imagen de Venecia, de esa idea de Venecia alimentada por la literatura y las evocaciones poéticas finiquitada en los albores del siglo XX. Ese Mariano Fortuny polifacético, ese "mago de Venecia" como Marcel Proust se refirió a él, es el que reivindica la exposición que le dedica hasta el próximo 27 de junio la Obra Social de Caixa Catalunya en su sede en Barcelona de La Pedrera.

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Alrededor de 300 piezas, entre pinturas, grabados, fotografías, vestidos, tejidos, diseños, lámparas y notas, procedentes en un 90% del Museo Fortuny de Venecia, presentan la poliédrica personalidad de este hombre de espíritu renacentista nacido en el seno de una familia de pintores y que alcanzó la celebridad por la creación, junto con su esposa Henriette, de un vestido de inspiración helénica que bautizó con el nombre de Delphos, un icono en la historia de la moda que ya ha cumplido los 100 años.

Artista indivualista, Mariano Fortuny Madrazo no adoptó ninguna de las vanguardias de su época, pero pese a ello merece ser calificado como un gran innovador y un singular inventor. El alcalde de Venecia, Massimo Cacciari, filósofo y profesor de Estética, que anoche inauguró la exposición junto con el consejero de Cultura, Joan Manuel Tresserras, lo define como un "hombre de teatro". "El teatro es su verdadero y único amor", afirma en un artículo en el catálogo de la exposición.

Y Venecia es ese decorado de ese teatro en el que Fortuny pinta, crea e inventa. Pinta cuadros próximos al simbolismo que se inspiran en sus viajes o en las óperas de Wagner, de las que también se convirtió en escenógrafo y diseñador de vestuario en Italia. Su atracción por el concepto de obra de arte total pregonado por el compositor alemán le llevó a interesarse por la iluminación y a investigar e inventar un sistema dispositivo de iluminación indirecta que patentó y comercializó con la empresa alemana AEG y se implementó a lo largo de las primeras décadas del siglo pasado en los principales teatros de ópera de Alemania e Italia.

Al menos una veintena de patentes llegó a registrar Fortuny en París a lo largo de su vida, inventos en los ámbitos de la iluminación, de la fotografía, del tinte y la estampación, de la moda y la maquinaria textil. Ingenios que hacen de este artista aparentemente anclado en el pasado un verdadero innovador. Ése fue el secreto de un artista que se alimentó del pasado para recrearlo y reinventarlo desde el siglo XX con el espíritu de un emprendedor, capaz de controlar la producción hasta el último detalle y comercializar sus productos.

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Así lo hizo con sus vestidos Delphos, auténticas joyas de coleccionista, y sus diseños textiles, de gran riqueza cromática e inspiración greco-minoica y renacentista, que siguen comercializándose, al igual que se fabrican sus lámparas de techo, de inspiración arabizante.

Fue Mariano Fortuny Madrazo, a quien Proust cita por su propio nombre en En busca del tiempo perdido, un artista que se eclipsó con el inicio de la II Guerra Mundial. Actualmente es un personaje poco conocido, un artista y artesano cuya obra, tan identificada con Venecia, ha quedado fijada como parte de la imagen de una ciudad.

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