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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La nueva Tangentópolis

Ciudadanos convertidos en espectadores, el líder como ídolo, la corrupción extendida, así es la Italia de Berlusconi. Un poder populista se otorga la soberanía decretando el estado de excepción permanente

De pronto, como decían las Sagradas Escrituras, se rasgó el velo. La Italia construida y representada por el populismo de Berlusconi (los ciudadanos convertidos en un pueblo de espectadores, el líder como ídolo, la política como un acontecimiento continuo) ha tenido que enfrentarse con la realidad. Una realidad permanentemente camuflada por la retórica heroica del primer ministro, una epopeya que marcha de triunfo en triunfo, sin ni siquiera acusar recibo de la crisis económica que golpea a todo Occidente. Se ha descubierto que la corrupción se esconde bajo el sistema, lo debilita y lo degrada, hunde el mercado, ignora los méritos, premia la astucia y las camarillas. Una Italia que se asemeja a la peor caricatura de sí misma y que recuerda al periodo de Tangentópolis, una época en la que la sociedad civil se rebeló contra la corrupción del poder.

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El escándalo de Protección Civil afecta al corazón mismo de la derecha berlusconiana, su cultura política. El Gobierno pretendía transformar en Sociedades Anónimas toda la estructura pública de servicios de urgencia y eliminar de las intervenciones de Protección Civil las autorizaciones preventivas y los controles subsiguientes. Este procedimiento de excepción tiene sentido, como es evidente, en los grandes desastres nacionales, terremotos, cataclismos, accidentes, catástrofes naturales que trastornan de forma destructiva el territorio y la vida de las personas. Pero el Gobierno tenía un proyecto más vasto y ambicioso: ampliar el carácter de emergencia a todos los grandes acontecimientos nacionales, las visitas del Papa a las diócesis italianas y la Copa Vuitton de vela, la exposición de las reliquias de los santos venerados por la Iglesia católica y las reuniones internacionales del primer ministro, sin distinguir entre los fundamentos reales e institucionales de Protección Civil y la comodidad práctica y política de derogar la ley para cada gran cita de masas.

Todo eso podría haber tenido solamente un significado estricto -aunque simbólico- de abuso de poder. En realidad, es mucho más. Se trata de una auténtica prueba para un mecanismo de Gobierno autorreferencial y autosuficiente, autónomo y por encima de cualquier otro poder, que, como predecía Carl Schmitt, se otorga la soberanía decretando el estado de excepción y rompiendo de una u otra forma el orden existente.

En este sentido, el sistema extra legem de Protección Civil es un verdadero experimento político, incluso el prototipo de un modelo jerárquico de reordenación de las instituciones que Berlusconi busca desde hace tiempo, en el que no aceptará ni los controles ni el equilibrio entre los poderes del Estado. Para el populismo presente en el Gobierno, Protección Civil es la proyección técnica de este deseo institucional, de este diseño político, con la dispensa permanente convertida en instrumento de Gobierno, la política convertida en pura ideología, la participación popular reducida a una vibración periódica de consenso, la forma de Gobierno reajustada con arreglo al puro tecnicismo elevado a máxima potencia.

El Gobierno como solucionador de problemas, señores de las leyes en nombre de una emergencia permanente, que hace que cada acto público sea una concesión de un Estado compasivo y propagandístico, en un discurso público traspasado a un formato de Grandes Acontecimientos.

Está claro que esta prueba se plantea con Protección Civil porque la derecha de Gobierno encuentra en el ámbito de las urgencias un mecanismo compuesto de emociones, dolor, espectacularidad técnica, y, por tanto, un escenario perfecto para la interpretación política carismática y populista que tanto gusta a Berlusconi, que le permite depurar cada día su "política de los hechos".

Salvo que los "hechos" ocultan hechos delictivos. El escándalo de Protección Civil (una serie de contratos muy destacados garantizados a una "pandilla" de amigos, que recompensaban a los funcionarios públicos con favores de todo tipo, vacaciones pagadas en hoteles, "masajes" organizados en edificios anexos, casas restauradas en la montaña, trabajo para cuñados, prostitutas contratadas en un hotel de Venecia) demuestra que el modelo político hace aguas por todas partes. Porque el ejercicio del poder fuera de los principios constitucionales que lo constriñen en unas formas y unos límites precisos, fijados por las leyes y garantizados por los controles, deriva con facilidad hacia el poder arbitrario, la desigualdad, la exclusión, el privilegio y la humillación del mercado. En una palabra, el abuso, que es lo que verdaderamente resume la actuación de esta derecha que ocupa el Gobierno.

El país está dándose cuenta de que esta corrupción "gelatinosa", como han escrito los jueces que investigan el caso de Protección Civil, perjudica la modernización que necesita Italia, hunde el mercado y anula la competencia, impide la transparencia (por ejemplo en las contrataciones) y favorece no sólo la más absoluta discrecionalidad, sino los favores. Es decir, reproduce una Italia de malhechores que premia a los que forman corte y camarillas, a los peores, y empequeñece las oportunidades de todo el sistema. Esta asfixia de las energías sociales de autonomía y libertad es la que desembocó en la explosión pública de Tangentópolis. Una lectura revisionista, de las que agradan al poder actual, ha convertido la investigación de Manos Limpias en una operación política que pretendía acabar con los partidos de la Primera República, excepto con los comunistas. Lo cierto es que, si los magistrados pudieron ocupar un espacio tan amplio y las revelaciones lograron hacerse de forma tan rápida y exhaustiva, fue porque se había alcanzado el nivel de peligro y la sociedad estaba asfixiándose.

¿En qué punto nos encontramos hoy? Acaba de estallar un nuevo escándalo de grandes proporciones relacionado con las compañías telefónicas, con un sistema de estafas que ha arrebatado al fisco 370 millones de euros y, mediante la administración de un flujo de dinero de otros 2.200 millones de euros, ha creado fondos negros y cuentas ilícitas en el extranjero, barcos, Ferraris y joyas. En esta estafa se han colado las mafias: los jueces han ordenado la detención del senador de la derecha (PDL) Nicola Di Girolamo, al que acusan de haber sido elegido para el Parlamento con el apoyo de la 'ndrangheta, que alteró las papeletas electorales. El senador, en nombre de la poderosa mafia calabresa, invertía en el extranjero los beneficios de la estafa telefónica y, de esa forma, blanqueaba una montaña de dinero con operaciones en bancos de otros países. Miles de millones ilícitos, estafa al Estado, mafias que entran tranquilamente en el Parlamento, deformando las instituciones y ocupando sectores del Estado, mientras impiden que el propio Estado entre de forma absolutamente legal en su territorio.

Ése es el motivo por el que el escritor Roberto Saviano, autor de Gomorra, ha dicho "basta" y ha invitado a los ciudadanos a tomar conciencia del escándalo y a rebelarse: "La verdadera emergencia es que todo esto suceda, que sea el enésimo escándalo silencioso y nosotros estemos resignados. La emergencia es que todo esto no despierte en el corazón, en el estómago y en la mente de todo italiano (sea cual sea su credo y su posición política) una indignación que le haga rebelarse y decir basta".

No hay más que querer ver para comprender. Italia ha recibido 22 recomendaciones de Europa contra la corrupción, recomendaciones de tipo procesal, normativo y administrativo; el Tribunal de Cuentas acaba de denunciar que la corrupción asciende a 60.000 millones de euros cada año, como una tasa oculta de 1.000 euros anuales por cada italiano, incluidos los recién nacidos; las denuncias por corrupción se triplicaron en 2009, un aumento del 229%, y las exacciones arbitrarias aumentaron un 153%.

El poder no sabe hablar al país sobre este problema, está sin voz. Y es comprensible. El jefe del Gobierno ha eludido a sus jueces con leyes individuales. En cuanto la clase dirigente, el último escándalo de las telefónicas la implica directamente. ¿Quién arrojará la primera piedra?

Ezio Mauro es director del diario italiano La Repubblica Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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