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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Promesas y realidades

Obama no logra avanzar en numerosos frentes. Su reforma sanitaria es sólo uno de ellos

Si algo ha quedado claro tras siete horas de cumbre televisada, auspiciada por Barack Obama, es que las diferencias entre demócratas y republicanos sobre la reforma sanitaria en Estados Unidos son irreconciliables. La cerrada oposición conservadora a un plan que consideran ruinoso e intervencionista, unida a la división de los demócratas -representantes y senadores-, mantiene pendiente de un hilo, un año después, el proyecto estelar del presidente en materia interior.

Obama ha anunciado acciones enérgicas si en un plazo de semanas no hay un compromiso de base entre ambos partidos. Compromiso que, en cualquier caso, sería sobre un plan de mínimos, irreconocible ya por quienes durante la campaña electoral, en volandas de la elocuencia presidencial, creyeron en el derribo de un sistema injusto y su relevo por algo parecido a una cobertura sanitaria universal.

La alternativa de la Casa Blanca a ese improbable acuerdo sería recurrir a inusuales artimañas parlamentarias para pasar el proyecto de ley por mayoría simple. Pero reformar un sistema de semejante tamaño económico sin los votos republicanos podría pasar factura a los demócratas en las elecciones de noviembre para renovar la Cámara y un tercio del Senado. Esos comicios legislativos, en los que Obama tiene mucho que perder, impregnan ya decisivamente el ambiente político de Washington, progresivamente paralizado por la incapacidad de los dos grandes partidos para coincidir en algo.

La presidencia de Barack Obama está en sus comienzos, pero dista de ser el paseo triunfal que muchos auguraban. El presidente demócrata controla el Senado y la Cámara de Representantes, pero ha sido incapaz hasta ahora de pasar su reforma sanitaria; o de desatascar la ley de reducción de emisiones contaminantes; o de poner de acuerdo a demócratas y republicanos sobre la reducción del gigantesco déficit de su país. Temas cruciales todos, como el mismo cierre de Guantánamo, donde el inquilino de la Casa Blanca ni sabe qué hacer con muchos de los allí internados ni ha liquidado la absoluta inseguridad que supone para los islamistas sospechosos de terrorismo ser juzgados por comisiones militares.

El mismo foso entre expectativas y realidades se manifiesta en materia exterior. Obama, pese a sus buenas intenciones, no ha avanzado en las relaciones con un Irán que se encamina hacia el arma nuclear; o con Corea del Norte; o en el decisivo conflicto palestino-israelí, donde la voz de Washington apenas tiene eco. Y en Afganistán, la guerra por antonomasia de EE UU en esta hora, ha recurrido a argumentos tan de siempre como reforzar por miles sus tropas o incrementar los exterminios selectivos desde sus aviones no tripulados. Uno de los desafíos pendientes de Obama es trasladar a la realidad política su deslumbrante retórica. Los hechos no suelen plegarse a la magia de las palabras para modificarlos o conjurarlos.

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