Malvinas y petróleo
La presidenta argentina reacciona con medidas retóricas ante las prospecciones de Londres
No llegará la sangre -ni el petróleo- al río. La presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner ha obrado con responsabilidad al asegurar que su país recurrirá exclusivamente al derecho internacional para defender sus derechos sobre las Malvinas, que los británicos llaman Falklands, y que se cree que sobrenadan un océano -el Atlántico sur- de crudo.
Esto explica en parte la súbita agitación de Buenos Aires en torno a un archipiélago que reivindica como heredera de la España colonial, y que en 1833 fue ocupado por Londres. La otra cara de la moneda hay que buscarla en la apuradísima situación financiera del país, que ha llevado a la presidenta a desconocer la autonomía del banco central, lo que provocó la dimisión a la vez que destitución de su director. Una situación en la que, como en 2001, Argentina podría declararse incapaz de hacer frente al pago de los plazos de la deuda externa.
En 1982, una dictadura militar tan zafia como sanguinaria armó una guerra por las Malvinas para eludir responsabilidades. La guerra fue calamitosa y casi un millar de muchachos mandados al matadero contra un ejército profesional lo pagaron con la vida. Pero también resultó una bendición disfrazada, porque cayó la dictadura.
La bien fundada reivindicación argentina carece hoy de medios para hacerse efectiva. El lunes comenzó la exploración de un subsuelo marino que, según algunas estimaciones, podría contener hasta 60.000 millones de barriles. Más allá de controlar el tráfico con las islas, Buenos Aires nada puede contra la unilateral acción británica. El apoyo del Grupo de Río, reunido en México, aunque políticamente meritorio, es un brindis al sol.
Londres ha actuado con la desenvoltura habitual en el país de la señora Thatcher, la líder tory que gobernaba cuando Argentina invadió las islas. Alguien que deseara una solución del incipiente conflicto miraría de asociar a Buenos Aires en la exploración de unas aguas que están en disputa, máxime cuando es evidente que si hay crudo en abundancia las relaciones entre ambos países virarán a peor. Pero bien está que los Kirchner comprendan que ni toda la razón del mundo justificaría un comportamiento que ignorara el derecho internacional. Ni las Malvinas ni el petróleo deben ser reducibles, so pena de catástrofe, a intemperantes accesos de demagogia.
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