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Columna
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El último Gobierno

Existe un consenso generalizado de que, concluido el 30 de junio el semestre de la presidencia española de la Unión Europea, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero hará uso de la prerrogativa que le otorga en exclusiva el artículo 100 de la Constitución para proponer al Rey la separación de los miembros actuales del Gobierno que considere conveniente y, al mismo tiempo, el nombramiento de quienes hayan de relevarlos en sus carteras. Es decir, para la formación del que vendría a ser el último de los gabinetes de la actual legislatura, que para Zapatero es la segunda, con el que llegará en menos de dos años a las elecciones legislativas que corresponde celebrar como máximo en marzo de 2012.

Las circunstancias requieren ahora sumar pesos pesados con criterio bien formado

Antes, en octubre-noviembre de este mismo ejercicio habrán de celebrarse las elecciones catalanas y en mayo de 2011 las autonómicas, que van por el régimen general del que se exceptúan también el País Vasco, Galicia y Andalucía, y las municipales a celebrar en toda España. Estas dos convocatorias habrán de ser tenidas muy en cuenta. La primera, porque facilitaría por ejemplo el desembarco del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, para situarle como número dos de la lista del presidente Montilla; la segunda, porque permitiría situar como cabeza de cartel en Valencia a la actual vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, convertir a la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, en alternativa de Esperanza Aguirre para la Comunidad de Madrid, o situar al ministro de Educación, Ángel Gabilondo, como candidato a la alcaldía de Madrid.

La lectura del volumen de Guillem Rico Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España (Centro de Investigaciones Sociológicas. Madrid, 2009), que abarca desde 1979 a 2008, deja en claro que la cuestión de interés no es si los líderes importan o cuánto importan, sino cómo importan y por qué importan. Sucede que el elector está predispuesto a mantener sus preferencias, pero no puede creer sin más aquello que desea creer, ya que, aunque sólo sea de forma íntima, debe atender a una apariencia de racionalidad. Esta es una exigencia derivada de la concepción del elector como un razonador motivado. Ya sabemos que la valoración del candidato se ve alterada por sus posicionamientos pero, a la vez, sus tomas de posición provocan cambios de opinión. En todo caso, la observación más elemental permite comprobar cómo las elecciones autonómicas y municipales han anticipado el comportamiento registrado en las legislativas subsiguientes.

Quedan más arriba examinados los descartes que se barruntan a partir de la decisión de designar una comisión negociadora para los pactos de nunca acabar, pactos que tan pronto se proclaman en línea de necesidad patriótica como se desincentivan con la descalificación de la otra parte contratante. Otros relevos adicionales parecen ya incoados con la marginación de algunos titulares en la adopción de medidas ubicadas en sus aguas jurisdiccionales, o sencillamente por incomparecencia en la tarea de gobernar. A partir de ahí se impone alguna reflexión sobre los mimbres a emplear por el presidente para componer su último Gobierno antes de 2012.

La primera recomendación sería la formulada por Antonio Maura: que gobiernen los que no dejan gobernar. Es decir, que se incorporen al Gabinete los integrantes de la cofradía de la adoración nocturna, la amigable compañía, que orienta y desorienta al presidente Zapatero y lanza las propuestas que el inquilino de La Moncloa hace suyas para desconcierto de los ministros afectados en sus competencias. Es el momento de incorporar al Consejo a gentes de la valía de Javier de Paz, Miguel Barroso, José Miguel Contreras, Antonio García Ferreras o David Taguas. Deben salir ya de la zona de sombra y acceder sin demora a las responsabilidades para las que están sobradamente preparados. Los consejeros áulicos deben pisar el escenario y avanzar hacia las candilejas para que el público los identifique y les reconozca su valía o les reproche sus errores.

El presidente además debería recuperar algunos grados de libertad, perdidos en anteriores ocasiones. Porque si la composición del Gobierno siguiera sujeta a las actuales rigideces -mitad mujeres, mitad varones, de edad inferior a los 35, de procedencia regional certificada, de diferente orientación sexual y estado civil- sucedería, otra vez, que llegado el momento, el equipo carecería de sostenibilidad por la falta de talento y de condiciones para tan delicado oficio. Las circunstancias requieren ahora sumar pesos pesados con criterio bien formado. Veremos.

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