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Columna
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La justificada inquietud de la izquierda

Enric Company

Desde que el ala derecha de ERC abandonó el partido hace ahora poco menos de un año quedó claro que la mayoría electoral de izquierdas sobre la que se sustenta el Gobierno de izquierdas estaba en peligro. Si la escisión encabezada por Joan Carretero cuaja en una candidatura para las próximas elecciones al Parlament con potencia y atractivo suficiente como para superar la barrera del 3% de los votos, lo más probable es que de las urnas surja una mayoría de centro-derecha.

La ruptura de ERC, y su incapacidad para rehacerse de ella, han puesto al tripartito en un mal paso. Los sondeos sobre intención de voto así lo señalan y han desatado los nervios de algunos dirigentes de la propia ERC y del PSC. Esto es lo que ha llevado a figuras tan destacadas como el líder de los independentistas, Joan Puigcercós, y de los socialistas José Zaragoza, Antoni Castells y Ernest Maragall, a renegar del tripartito como opción de futuro.

PSC y ERC fracasan en su objetivo de atraerse los flancos del espacio político de CiU

El oscurecimiento de las expectativas electorales de la izquierda crea inquietud en sus filas, pero no es lo que pone en entredicho la coalición de Gobierno. Es más bien la consecuencia de sus males. Si la alianza se cuestiona es por dos causas principales, íntimamente relacionadas. Una de ellas es la existencia en el partido socialista, tras las elecciones autonómicas de 2006, de un cualificado sector de opinión que preferiría otra combinación de gobierno, la que podrían formar CiU y el propio PSC, conocida como sociovergencia en el argot político doméstico catalán. Sumaría, aproximadamente, el 60% de los escaños del Parlament.

La otra gran causa de incomodidad procede de los choques en el seno del Gobierno catalán a cuenta de las distintas vocaciones político-ideológicas de cada uno de los tres partidos que lo componen. Es patente el disgusto de los socialistas y de ICV ante el empeño de ERC de comportarse más como partido de agitación independentista que como fuerza de Gobierno. Esto afecta de lleno a uno de los grandes temas de la agenda política, la relación de Cataluña con España, y condiciona gestos y decisiones cotidianas. También es evidente la mutua inquina alimentada entre los tres socios por la persistencia de posiciones contrapuestas respecto a algunos proyectos de grandes infraestructuras reclamados por los poderes fácticos económicos (como el Cuarto Cinturón de Barcelona, la línea de muy alta tensión eléctrica a través del Pirineo, el almacén de residuos nucleares). La lista no es muy larga, pero sí significativa, porque versa sobre el modelo de desarrollo económico de futuro y concreta en el ámbito local uno de los grandes ejes de debate político, económico e ideológico mundial: el equilibrio ecológico del planeta.

Por otra parte, el balance provisional de la coalición que gobierna en Cataluña desde 2003 apunta a un fracaso espectacular en la pretensión de recomponer el mapa político, que afecta sobre todo al PSC y a ERC: su incapacidad para ocupar, por lo menos, una parte del amplio espacio político cuajado en torno a CiU en sus 23 años de Gobierno. Es pertinente hablar de fracaso porque se trata de un objetivo abiertamente declarado. Esquerra se propuso rebanar una tajada del espacio político de CiU por el flanco nacionalista y el PSC pretendía lo mismo irrogándose el rol de partido moderado, centrista. Los estudios de opinión indican, sin embargo, que CiU lleva a cabo su travesía del desierto como fuerza de oposición sin que su electorado se deshilache por los flancos y se muestre dispuesto a votarle de nuevo en proporción similar, al tiempo que la base electoral de ERC se ha dividido y la del PSC permanece estancada.

Las cúpulas de ERC y PSC soñaban en 2003 con que, al hacerse efectiva la alternancia en el Gobierno, se desvanecerían los apoyos que CiU había concitado desde 1980 como responsable de la creación y dirección de la nutrida maquinaria de una Administración catalana de nueva planta. Aquel deseo no se ha cumplido. Esquerra esperaba, además, que la sintonía ideológica de la radiotelevisión de la Generalitat con sus postulados le permitiera atraerse a una parte del electorado convergente. Lo que ha ocurrido es más bien lo contrario. Si el sesgo nacionalista-soberanista de TV-3 y Catalunya Ràdio contribuyó en los últimos años del pujolismo al auge electoral de ERC, el mantenimiento de esa orientación después de 2003 puede paliar, quizá, el desgaste de una ERC escindida y desacreditada por su endeble cultura de gobierno, pero no basta para evitarlo. Paradojas de la vida: esa orientación sí puede contribuir ahora, en cambio, a mantener la cohesión del bloque social-electoral afín a CiU, cuyo núcleo es parte de ese 20%, aproximadamente, del electorado catalán que ve y escucha la radiotelevisión catalana.

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