Fábrica de expectativas
Un calcetín, una Sagrada Familia, dos papas, elecciones: noviembre. Crisis. Nuestro presente se disuelve en perpetua expectativa, pura dinámica para no sólo avanzar el futuro, sino sobre todo doblegarlo. Quien no despierta expectativas, por mínimas que sean, no tiene futuro: está sentenciado. De ahí el éxito de la idea de crisis, que gana -todo irá a peor- a la realidad plural.
La pura expectativa de crisis justifica -hay ejemplos cada día- cualquier cosa, siempre que vaya acompañada de excitación, zozobra y conflicto, y acabe reflejada en el runrún público. Nada más sencillo que fabricar expectativas sobre expectativas. "¿Habrá pacto
[político contra la crisis]?", se preguntaban los medios ante el debate del miércoles en el Congreso de los Diputados. La apuesta era fácil: "No habrá pacto". Así avanzaba la crisis, pura expectativa, con su mediocre moralina: "No tenemos remedio". El juego político hoy no es otra cosa que un póquer de expectativas trucadas. Cuanto peor, más expectación.
Hay más: imaginen un zafarrancho de expectativas, símbolos, poder, identidades y emociones. Joan Laporta, por ejemplo, viva imagen de la virtualidad expectante. Tras ver Invictus, no descarto que se tome a sí mismo por sosias de Nelson Mandela. Que un país sea como un campo de fútbol es fruto de la cultura de la expectativa. Para este pensamiento único, la gente es tonta, y como dijo Akio Morita, "las cosas suceden porque sí".
Las expectativas no piden explicaciones, sino milagros. Así hace carrera y tradición el porque sí. Ahí tenemos, desde hace generaciones, dos grandes símbolos barceloneses, quizás contradictorios, resucitados de sus cenizas: el calcetín y la Sagrada Familia. Dos papas los avalan, lo cual multiplica la expectación. Uno pisa la miserable tierra, el otro promete la vida eterna: símbolos que se juntan en medio de la crisis implacable, mientras el AVE avanza bajo el templo sagrado, el papa de Roma anuncia su visita y aquí nos preparamos para las elecciones, que serán en noviembre. Así, expectativa sobre expectativa, acabamos quedándonos sin presente. Porque sí.
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