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OPINIÓN
Columna
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Sí a la ley del burka

Son muchos los argumentos que avalan la necesidad de promulgar una ley que prohiba vestir el burka en los espacios públicos en Francia, porque esta prenda es un signo del sometimiento de la mujer

Se oye decir: "El burka es una prenda; un disfraz, a lo sumo; no vamos a legislar la indumentaria y los disfraces...". Error. El burka no es una prenda, es un mensaje. Y es un mensaje que habla del sometimiento, esclavitud, anulación y derrota de las mujeres.

Se oye decir: "Tal vez sea sometimiento, pero consentido; sáquense de la cabeza la idea de un burka impuesto a unas mujeres que no lo quieren por unos maridos malvados, unos padres abusivos o el cafre de turno". Sea. Salvo que la servidumbre voluntaria nunca ha sido un argumento; el esclavo -o esclava- feliz nunca ha justificado la infamia inherente, esencial, ontológica, de la esclavitud. De los estoicos a Eliseo Reclus, de Schoelcher a Lamartine, pasando por Tocqueville, cada uno de los antiesclavistas del mundo nos ha dado todos los argumentos posibles contra esa pequeña infamia suplementaria que consiste en convertir a las víctimas en artífices de su propia desgracia.

No hay ningún texto de la Sunna que obligue a las mujeres a vivir en esa prisión de tela que es un velo integral
Aunque sólo hubiera una mujer en Francia que se presentase enjaulada en el Ayuntamiento o en el hospital, habría que liberarla

Se oye decir: "Libertad de culto y de conciencia; libertad de ejercicio y expresión, para todos y todas, de la fe de su elección. ¿A título de qué íbamos a permitirnos prohibir que un fiel honre a Dios de la forma que prescriben los textos sagrados?". Otro sofisma. Nunca se repetirá bastante. El burka no es una prescripción coránica. No hay ningún versículo ni ningún texto de la Sunna que obligue a las mujeres a vivir en esa prisión de tela y chatarra que es un velo integral. No hay ningún shoyoukh, ningún doctor de la religión que ignore que el rostro no es una "desnudez", no más que las manos. Y no hablo de aquellos que, como Hassan Chalghoumi, el valiente imán de Drancy, están diciendo a sus fieles, alto y claro, que llevar ese velo integral es claramente antiislámico.

Se oye decir: "¡Cuidado con mezclar las cosas! Cuidado, al focalizar la atención sobre el burka, con no alimentar una islamofobia que no espera otra cosa para desatarse y sería, a su vez, una forma disfrazada de racismo. Impedimos que ese racismo se infiltrara por la puerta grande del debate sobre la identidad nacional; ¿vamos a dejarlo volver por la ventana de la discusión sobre el burka?". Sofisma, una vez más. Pertinaz y absurdo sofisma. Pues una cosa no tiene nada que ver con la otra. La islamofobia, y esto tampoco se repetirá bastante, no es, evidentemente, un racismo. Personalmente, no soy islamófobo. Me importa lo bastante lo espiritual y el diálogo entre espiritualidades como para ser hostil a una religión u otra. Pero, en cambio, el poder criticarlas libremente, el derecho a burlarse de sus dogmas o creencias, el derecho a la incredulidad, a la blasfemia, a la apostasía, son derechos conquistados a un precio demasiado alto como para que dejemos que una secta, unos terroristas del pensamiento, los anulen o los debiliten. De lo que se trata aquí es de Voltaire, no del burka. Es de las luces de ayer y de hoy, y de su herencia, no menos sagrada que la de los tres monoteísmos. Un paso atrás, uno solo, en este frente, constituiría una señal para todos los oscurantismos, para todos los fanatismos, para todas las verdaderas ideologías del odio y la violencia.

Finalmente, también se oye decir: "Pero ¿de qué estamos hablando, al fin y al cabo? ¿Cuántos casos hay? ¿Cuántos burkas? ¿Hay que armar tanto alboroto por unos cuantos miles -por no decir centenares- de burkas censados en el conjunto del territorio francés? ¿Merece la pena echar mano de semejante arsenal de reglamentos, hacer una ley?". Es el argumento más frecuente. Y, para algunos, el más convincente. Pero, en realidad, es tan especioso como los anteriores. Pues una de dos: o se trata sólo de un juego, de un integumento, de un disfraz y, entonces, en efecto, lo que procede es la tolerancia; o se trata de una ofensa contra las mujeres, de un atentado contra su dignidad, de un cuestionamiento frontal de una regla republicana fundamental -también pagada a un alto precio-: la de la igualdad de sexos, y entonces estamos hablando de un principio, y cuando se trata de principios, las cifras están fuera de lugar. ¿Alguien concibe que se cuestionasen las leyes de 1881 so pretexto de que los atentados contra la libertad de prensa son infrecuentes? ¿Y qué diríamos de alguien que, tras observar una disminución de los ataques racistas o antisemitas contra las personas, pensara en aligerar, o incluso en abolir, la legislación vigente sobre la materia? Si realmente el burka es lo que digo, si es ese insulto contra las mujeres y contra su lucha secular por la igualdad; si, por añadidura, es una injuria contra esas mujeres que, en el preciso momento en que escribo, desfilan a rostro descubierto en Irán contra un régimen de asesinos que tiene en el burka uno de sus símbolos; en resumen, si este símbolo significa que la humanidad se divide entre aquellos que tienen un cuerpo glorioso y dotado de un no menos glorioso rostro y aquellas cuyo cuerpo y cuyo rostro son ultrajes vivientes, escándalos, impurezas que nadie debería ver y que habría que ocultar o neutralizar, entonces, aunque hubiera una única mujer en Francia que se presentase enjaulada en el hospital o en el ayuntamiento, habría que liberarla.

Por todas estas razones de principios estoy a favor de una ley que no deje lugar a dudas y declare antirrepublicano portar el burka en los espacios públicos.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

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