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El PSC se remueve en el diván

El sector más catalanista pide marcar perfil ante el PSOE para reforzarse ante CiU - Montilla descarta aventuras rupturistas y aboga por la unidad

Miquel Noguer

Los socialistas catalanes cierran hoy su semana más complicada desde que Pasqual Maragall salió del partido por la puerta de atrás hace dos años y medio. Las críticas al Gobierno tripartito catalán proferidas por el consejero de Educación, Ernest Maragall, en el sentido de que el Ejecutivo no tiene proyecto, distan de estar olvidadas en el seno del partido, por más que el autor las rectificara hasta el punto de poner su cargo a disposición del presidente de la Generalitat, José Montilla.

Mientras que el sector mayoritario de la dirección socialista opina que las críticas del consejero son una más de las salidas de tono del clan Maragall y sus afines -en clara minoría dentro del partido-, otro sector, el más catalanista, las enmarca en el creciente malestar por el discurso oficial del PSC, que juzgan excesivamente entregado al PSOE y poco combativo con los "excesos" de sus socios de gobierno en Cataluña. En cierta forma los críticos verbalizan que falta estrategia para superar las carencias del actual Gobierno tripartito y lo que pueda suceder tras las inciertas elecciones que se avecinan. La crisis se ha cerrado, pero el debate sigue abierto y amenaza con estallar con toda su potencia si el PSC no remonta la segunda posición que le auguran las encuestas.

La dirección rechaza totalmente por ahora tener grupo propio en el Congreso
Los críticos con el presidente le reprochan excesivas cesiones a los socios

El reto de Montilla es mantener la cohesión que ha reinado en el partido desde que asumió el liderazgo. Por ahora nadie cuestiona su papel y tiene la tranquilidad de que las riñas entre familias se han dirimido casi siempre de puertas adentro. Ni la traumática marcha de Pasqual Maragall provocó el cisma interno que los rivales esperaban. "La nuestra es una tradición política aglutinadora. Discutimos, pero no ha habido ni habrá escisiones", asegura uno de los dirigentes más influyentes en el aparato.

Quizá por eso el partido ha podido digerir sin romper la cristalería propuestas tan arriesgadas como la de escindirse del Grupo Socialista en el Congreso y crear uno propio con los 25 diputados del PSC. La idea, que no tiene visos de prosperar a corto o medio plazo, la viene resucitando periódicamente el sector más catalanista, en el que se encuadran la mayor parte de los consejeros de Montilla en la Generalitat, pero carece de apoyos en la militancia. Este sector entiende que difícilmente el PSC podrá ganar con holgura en Cataluña si no exhibe una relación de igual a igual con el PSOE. Ernest Maragall lo resume así: "Quiero que todos los ciudadanos conozcan quién es el diputado del grupo que representa al grupo mayoritario catalán en el Congreso". Lo ideal, según el consejero, sería que los diputados del PSC aparecieran en los informativos como lo hacen Joan Herrera (ICV-EUiA), Joan Ridao (ERC) y Duran Lleida (CiU).

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La idea de Maragall tradicionalmente ha encontrado apoyos en otros consejeros, como Antoni Castells, Montserrat Tura y Joaquim Nadal, pero ninguno de ellos ha logrado colar sus reivindicaciones ante la dirección. Ésta recuerda una y otra vez que el congreso del partido ha dejado claro hasta tres veces que la creación o no de un grupo parlamentario propio en el Congreso es una decisión reservada a la ejecutiva. El portavoz, Miquel Iceta, añade: "Un grupo parlamentario no puede crearse en cualquier momento, reglamentariamente se tiene que hacer los primeros días de cada legislatura y ahora no estamos en este momento". O sea, debate cerrado.

El sector más oficialista también suele añadir que no ve ninguna ventaja en una eventual ruptura con el PSOE en las elecciones generales, sino todo lo contrario. "En caso de querer tener un grupo propio, el PSC debería decírselo antes claramente a sus potenciales votantes", mantienen fuentes de la dirección. Y hacer esto sería tanto como decirle al PSOE que el PSC se independiza y que, por tanto, deja vía libre a los socialistas españoles para presentar candidatura propia en Cataluña, con todo lo que ello implica. Es impensable en la actual coyuntura, en que la mayoría socialista en el Congreso de los Diputados pende de un hilo y cualquier división en el seno del Grupo Socialista situaría al Partido Popular como grupo mayoritario.

Pero los más catalanistas siguen aspirando a ello. Es más, Ernest Maragall defendía en las páginas de EL PAÍS a finales del pasado verano un "Gobierno de coalición" entre el PSOE y el PSC que incluya "un mínimo pero sólido acuerdo sobre qué quiere decir España y qué quiere decir Cataluña". El grupo parlamentario propio sería, pues, una vía para dar más visibilidad al papel del PSC en futuros gobiernos socialistas.

Con ello entienden que el Partit dels Socialistes podría rivalizar con más fuerza con Convergència i Unió en Cataluña. Se habrían acabado las acusaciones de sucursalismo y las sospechas de que Montilla está a las órdenes de José Luis Rodríguez Zapatero.Los debates abiertos por Maragall y por Castells ya no sorºprenden en el PSC. "Si Maragall cambiase, ya no sería Maragall", dicen los compañeros con cierta condescendencia, sin dejar de lamentar, eso sí, el combustible que los debates que aviva el consejero suelen dar a la oposición.

Un dirigente del PSC de Barcelona cuestiona abiertamente las tesis del consejero y del ala catalanista: "Los Maragall querrían tener una Cataluña con dos grandes partidos y que el Partit dels Socialistes se convirtiera en el Partido Democrático italiano, pero se olvidan de que la experiencia allí ha sido un fracaso radical y de que todos sus dirigentes están apartados del poder, incluido el ex alcalde de Roma Walter Veltroni".

Sobre Castells las opiniones son más encontradas y van desde las de quienes le justifican por su solidez política hasta las de quienes ven en sus movimientos un simple interés personalista para garantizarse un buen puesto en las listas.

Pero los críticos no difieren del todo de los más oficialistas en algunos de sus análisis. El sector mayoritario tampoco está especialmente contento con el rumbo del tripartito ni con las cesiones que ha tenido que hacer a sus socios, pero evita criticarles por puro pragmatismo e incluso admite entre bambalinas que aspira a continuar así si el tripartito vuelve a sumar tras las elecciones. Lo único en lo que inciden es en el discurso de Montilla de las últimas semanas. "Aspiramos a mejorar el resultado para gobernar sin hipotecas".

Pero una cosa es el partido y otra el Gobierno, y son unos cuantos los consejeros del PSC hastiados de la actitud de los socios y del, a sus ojos, trato excesivamente bueno que les dispensa Montilla. "Hacemos de hermano mayor, pero a veces se tendría que decir basta", explica un miembro del Gobierno. Todos recuerdan, por ejemplo, que tuvo que ser un consejero del PSC, Antoni Castells, quien respondiera ante el Parlament de la polémica por el gasto de 30 millones de euros en estudios y dictámenes externos, algunos de ellos de dudosa utilidad. "Orgánicamente la responsabilidad habría debido recaer sobre Josep Lluís Carod Rovira, que por algo es vicepresidente", explican las mismas fuentes.

Montilla ha respondido con habilidad: lejos de marginar a los que se desmarcan, los ha situado en áreas con cierta visibilidad y les ha dado juego. Castells y Nadal, por ejemplo, participan con frecuencia en las reuniones de la calle de Nicaragua, sede del PSC, para preparar los programas de las autonómicas, aseguran diversas fuentes del partido. En estas reuniones no se habla oficialmente de las listas ni de qué posición ocupará cada uno, pero el portavoz del PSC, Miquel Iceta, ya ha avanzado que la dirección no prevé grandes mudanzas. Eso significa que el sector más catalanista, pese a su falta de apoyos en el partido, seguirá teniendo fuerte presencia en puestos clave y que Castells podría mantener el preciado número dos de la lista porque nadie le cuestiona. Montilla ganaría a cambio mantener la paz interna. Al menos de momento.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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