Calderón ratifica su compromiso con Ciudad Juárez con una nueva visita
El presidente mexicano se pone al mando de la pacificación de la urbe más violenta
Felipe Calderón fue recibido ayer en Ciudad Juárez por su estampa más típica de unos años hacia acá: un muchacho asesinado, abandonado junto a una de las avenidas principales de la plaza fronteriza, las manos amarradas a la espalda con un cordón y una bolsa de plástico cubriéndole el rostro. El presidente de México parece decidido a erradicar esa imagen al precio que sea, y con tal fin acudió ayer a Ciudad Juárez por segunda vez en menos de una semana. No obstante, la decisión de ponerse al frente de la pacificación de la ciudad más peligrosa de México lleva aparejado el reconocimiento de un error: miles de soldados y policías no son suficientes para frenar la sangría. Hacen falta otras alternativas.
Los próximos meses serán fundamentales para la credibilidad del mandatario
Como ya sucedió el pasado jueves, Calderón no se hizo acompañar sólo de los responsables del Ejército y la Policía Federal, sino también de los miembros de su Gabinete que deben mejorar las perspectivas culturales y deportivas de una ciudad tan castigada por el crimen que 100.000 de sus habitantes -incluida la familia del alcalde- no han encontrado otra alternativa que cruzar la frontera e instalarse en El Paso (curiosamente, la ciudad más pacífica de Estados Unidos). A la diáspora se une la ruina de los más de 8.000 pequeños empresarios que tuvieron que cerrar sus negocios, asfixiados por la presión de las mafias, o de los que pese a todo aún siguen adelante, pagando eso sí a los distintos grupos criminales una cuota mensual que fluctúa entre los 3.000 y los 6.000 euros.
Y luego están los muertos. Más de 2.600 el pasado año. Casi 300 en lo que va de 2010. Entre ellos, los 15 muchachos (buenos estudiantes, buenos deportistas) ametrallados en enero cuando celebraban una fiesta.
Aquel asesinato múltiple puede terminar marcando el futuro de Ciudad Juárez. No tanto por su crueldad, sino por el error monumental que el presidente Calderón, de visita en Europa, cometió al insinuar que aquellos muchachos tal vez formaban parte de algunos de los grupos criminales que luchan por el control de la plaza. Al presidente no le quedó más remedio que pedir perdón, acudir a Ciudad Juárez el pasado jueves y aguantar la reprimenda de las desconsoladas madres.
Después de aquel amargo trago, Felipe Calderón tuvo la opción de encerrarse como hasta ahora en su residencia de Los Pinos y encargar a sus secretarios que siguieran con el Operativo Chihuahua: miles de soldados y policías desplegados por la frontera con EE UU, meros espectadores del poder destructor del narcotráfico. Pero no lo hizo. Optó por regresar, salir de la apatía que ha caracterizado su gestión de gobierno en los últimos meses y ponerse al timón. Los próximos meses van a ser determinantes. Para el destino de Ciudad Juárez. Y, por extensión, para la credibilidad de Calderón.
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