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Columna
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El país que queremos

Invictus es la película épica que merece Nelson Mandela. No es una más del Clint Eastwood al que estamos acostumbrados, un hombre que en la vida real debe de ser muy contradictorio y aparentemente distante del mensaje comprometido y progresista que proponen sus filmes, con personas al límite que siempre encuentran alguna solución final de redención.

Invictus es, por otra parte, el homenaje al poder de la política, no en el sentido usual de manejos y luchas de poder, sino como el poder de la idea, de la convicción, de la oportunidad y, sobre todo, del tesón. Cuando Mandela gana las elecciones, en vez de secundar las demandas de revancha de su comunidad, se entrega a crear a través del equipo nacional de rugby, vitoreado por los blancos y abucheado por los negros, una política de transversalidad interracial e interclasista que propiciaría los cambios que han hecho de Suráfrica un país moderno y próspero. Eso es lo que se exige a los grandes estadistas. Me recordó aquel apretón de manos entre los españoles en la transición, un acuerdo fundado no en el olvido, sino en el reencuentro.

Pese al disparate de 900.000 viviendas al año no debemos satanizar todo lo que sea ladrillo

En cierta medida, para hacer política es necesario ser crítico con la realidad del presente, con mayor razón en tiempos de bonanza. Así es como surge la idea que ayuda a pronosticar el futuro y prepararlo con los cambios y reformas inevitables. Por eso la política es un lugar incómodo, porque hay que ir un paso por delante y, a veces, contra corriente.

En el inicio de la crisis se reaccionó a destiempo. A pesar de ello, aún es hora de plantear ideas y de formalizarlas en proyectos, programas, planes, para que estén en marcha cuando empecemos a salir de ella, con un país ordenado y un rumbo claro.

A pesar de aquel disparate de 900.000 viviendas al año que llevó, tal como algunos predijimos en su día, a un enorme stock de persianas bajas al que se impone ahora dar salida, no debemos satanizar todo lo que sea ladrillo o actividad inmobiliaria. Se necesita un sector de construcción saneado, profesionalizado, al que sería sensato procurar soporte keynesiano, igual que a tantos otros, para promover su reforma en vez de dejarlo en caída libre. Me refiero, por ejemplo, a que el Plan E que tantas reurbanizaciones -a veces superfluas- ha propiciado en todos los pueblos y ciudades pudiera fomentar empresas de rehabilitación de edificaciones no históricas para adaptarlas a la normativa y a las nuevas tecnologías de ahorro energético o, aún mejor, un plan de barrios como el que impulsó con éxito la Consejería de Política territorial de Cataluña. También se podría avanzar en la experimentación de nuevos prototipos de hábitat más acordes con la cambiante sociedad actual.

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Es el momento de que la Xunta y los ayuntamientos se impliquen en las directrices de protección y crecimiento para avanzar en la elaboración de catálogos, cartas y planes territoriales, tanto para la Galicia interior como para las aglomeraciones urbanas, planteándose la vertiente paisajística de las infraestructuras que se desarrollan. O la redacción de planes generales y de planeamiento secundario con la calidad técnica capaz de aproximar posturas entre gobierno y oposición, proveyendo al mismo tiempo a los ayuntamientos de los técnicos que necesitan para su desarrollo. O el estudio de los perfiles de competencia y cooperación entre ciudades y sus áreas de influencia, habida cuenta de que el AVE va a revolucionar el sistema relacional urbano: aeropuertos, puertos, universidades, dotaciones culturales, entidades de ahorro, etcétera, definiendo el campo competencial de las áreas urbanas y metropolitanas en relación con la autonomía y las diputaciones.

Estas y más medidas darían trabajo, entre otros, al colectivo de arquitectos, sobre todo a los jóvenes. Recordemos que en Galicia el visado colegial cayó en 2009 un 70%. Y para que no se diga que escribo pro domo mea (somos más de 3.000 arquitectos colegiados), aclaro que el razonamiento abarca también a geógrafos, economistas, aparejadores, y a los numerosos oficios e industrias auxiliares del urbanismo y la construcción.

Ahora, y no más tarde, es el momento de diseñar el país que queremos con una visión transversal asumida por el conjunto de los sectores sociales y económicos.

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