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Columna
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¿Romper o no el póster?

Parece que nunca se dan dos situaciones políticas idénticas pero es indudable que muchas veces pueden encontrarse elementos análogos, paralelismos o semejanzas de interés que sirvan de factor común en varias de ellas. Por ejemplo, ahora nos encontramos en un momento de antagonismo hirviente, que enfrenta las figuras de José Luis Rodríguez Zapatero, en el Gobierno, y de Mariano Rajoy, en la oposición.

El caso precedente que no llegó a darse del todo por desistimiento del segundo hubiera sido en 2004 el del duelo entre José María Aznar, en el Gobierno, y José Luis Rodríguez Zapatero, en la oposición. El más sonado se produjo a partir de 1993 entre Felipe González, en La Moncloa, y José María Aznar, en Génova, y el primer episodio de la serie que estamos analizando fue el que protagonizaron Adolfo Suárez y Felipe González, desde 1979.

El PP no quiere quitar la imagen de ZP, y el PSOE tiene declarado su afán de preservar a Rajoy

Recordemos que la escisión inteligente del franquismo supo sumar adherentes y tomar la iniciativa de la reforma para no padecer la ruptura, con las consecuencias evidenciadas en la revolución de los claveles para los salazaristas irredentos. Al avance hacia posiciones de progreso de los reformistas correspondió la moderación ejemplar de la izquierda. Y la suma de ambos movimientos centrípetos nos trajo la concordia y facilitó la salida por consenso de la dictadura hacia el nuevo Estado social de derecho, en forma de monarquía parlamentaria. El Rey se atuvo a su compromiso básico con todos los españoles por encima de juramentos circunstanciales a las improrrogables leyes del Movimiento. Enseguida, renunciaba a unos poderes excepcionales y buscaba cómo ayudar al advenimiento de la democracia. Había sido designado pero siempre quiso que su monarquía fuera la monarquía de todos, según los modelos de la mejor Europa y en los antípodas de otras como la alauí, tan bien aclimatada en Marruecos.

El procedimiento elegido fue el de ir de la ley a la ley, pasando por la ley. Un itinerario no siempre comprendido y muchas veces impugnado por sus lentitudes e incoherencias aparentes. Así tuvimos a nuestro Adolfo Suárez, nombrado presidente del Gobierno por el Rey de entre una terna presentada por el Consejo del Reino, que supo bordar de encargo Torcuato Fernández Miranda. Suárez se arrancó con el afán de hacer una Constitución que habrían de redactar unas Cortes surgidas de las primeras elecciones generales libres, las cuales previa legalización de todos los partidos se celebraron en 1977. Tras el referéndum constitucional Suárez quiso ser también el primer presidente elegido democráticamente y presentó su candidatura a los comicios de 1979. El Partido Socialista se sintió entonces perdedor y sus estrategas decidieron que la victoria les llegaría antes y mejor si la formación adversaria dejaba de estar encabezada por Adolfo Suárez. Por eso, se empeñaron en romper el póster de Suárez. A partir de un momento proclamaron el "vale todo" contra Suárez con las consecuencias sabidas y cuando se alzó el telón los contendientes de 1982 fueron Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González.

Las victorias, si bien decrecientes, acompañaron a González en las elecciones de 1982, 1986, 1989 y 1993. En esta última ocasión los derrotados del PP de José María Aznar entraron en la desesperación y pensaron que sólo eliminando de la competición, invalidando como fuera a Felipe González, podrían ganar en las urnas. De nuevo vino el "vale todo": las conspiraciones después denunciadas por Anson, la utilización de la lucha antiterrorista al principio jaleada para criminalizar al antagonista, las traiciones de los servicios de inteligencia y los intentos de chantaje. Así sumaron 300.000 votos más y las turbas que gritaban "¡Pujol enano, habla castellano!" aceptaron gustosas que Aznar hablara catalán en la intimidad.

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La sabia decisión de Aznar de no concursar por tercera vez nos evitó saber en qué términos hubiera sido su enfrentamiento con Zapatero. Luego hemos tenido, desde el 2004 hasta 2008, la impugnación de la victoria socialista, el estribillo de nos han robado el partido, y la denominación de ZP como presidente accidental a causa de la masacre de los trenes con explosivos sin duda preparados en las inmediaciones de Ferraz por afines a Rubalcaba. Ahora, el PP de Rajoy parece haber alcanzado su máxima cota de resistencia en las afueras del Gobierno y se instala en el "cuanto peor, mejor". Además se da una coincidencia inversa en la actitud de las dos primeras formaciones, que distingue la situación actual de las hasta ahora aquí consideradas. Porque el PP para nada quiere romper el póster de ZP, por estimar ventajosa su debilidad, al tiempo que el PSOE tiene declarado su afán de preservar a Rajoy por encima de todo como candidato porque lo evalúa de idéntica manera.

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