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Columna
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Compromiso

Enrique Gil Calvo

El seísmo bursátil que arrasó la economía en otoño de 2008, con epicentro en la falla de Lehman Brothers, acaba de tener otra réplica de magnitud comparable la semana pasada, cuando el sismógrafo de las Bolsas empezó a temblar con nuevo epicentro en la falla del Ibex 35, que cayó en picado, dilapidando la mitad de la recuperación lograda a lo largo del año pasado. Con ello retrocedemos al centro de la crisis cuando ya creíamos salir de ella, confirmando los agoreros pronósticos que anunciaban una recaída por los efectos de segunda ronda, derivados de la dificultad de financiar en los mercados externos el déficit estructural y la deuda soberana tanto pública como privada. Y, de nuevo, nuestro Gobierno ha sido el último en enterarse, pues su miope tardanza en advertir la inminencia de la crisis es algo que ya sucedió la primera vez. En la primavera de 2008, todos los observadores advirtieron al Gobierno de que se estaba formando una tormenta perfecta a punto de estallar. Pero Zapatero y sus ministros lo rechaza-ron negándose a reconocer la evidencia. Algo que tuvieron que hacer por fin al invierno siguiente, cuando la estampida del pánico financiero les obligó a ello. Pues bien, ahora ha ocurrido lo mismo.

El Gobierno está inerme entre los mercados, que exigen reformas, y los sindicatos, que las vetan

Todos los observadores institucionales advertían al Gobierno sobre la necesidad de proceder a la reforma del sistema de pensiones, del mercado laboral y de la estructura del gasto público, como única forma de evitar el encarecimiento de la deuda externa. Pues de no hacerlo así, la desconfianza de los mercados en nuestra capacidad de pagarla elevaría la prima del riesgo-país. Pero de nuevo el Gobierno negó la mayor, y en lugar de reestructurar el gasto, se abrazó a los sindicatos para garantizarles que siempre respetaría su veto a las reformas estructurales. Y ante ese suicida inmovilismo, los mercados financieros acabaron por hartarse, dejando de confiar en una economía que parece incapaz de reestructurarse. El resultado ha sido la réplica del seísmo bursátil, ocupando esta vez España el foco iniciador a lo Lehman Brothers que antes desempeñaron Islandia, Irlanda o Grecia.

Todo lo cual ha obligado a Zapatero a reconocer la evidencia, aunque sea tardíamente. Igual que en 2008 tuvo que rectificar, asumiendo la crisis que hasta entonces negaba, ahora también ha tenido que hacerlo, para anunciar que abordará por fin la triple reforma estructural que los mercados y las instituciones supervisoras reclaman: el recorte del gasto público, la reforma del sistema de pensiones, a la que se oponen frontalmente los sindicatos, y la reforma laboral, que antes juró no abordar jamás. Pero lo que hace falta para convencer a los mercados son reformas estructurales de calado, y no meramente cosméticas como la mini reforma laboral presentada el viernes pasado. ¿Podría este Gobierno sacar adelante auténticas reformas como las que demandan los mercados? Los sindicatos ya han anunciado no sólo que se niegan a cooperar, sino que además van a hacer todo lo que esté en su mano por impedirlo. Lo cual deja al Gobierno inerme entre dos fuegos: los mercados que le exigen ajustes estructurales, so pena de elevar más aún el precio de la deuda española, y los sindicatos que lo impiden con su veto, so pena de paralizar la economía real con un rosario de movilizaciones preparatorias de otra huelga general.

¿Qué puede hacer el Gobierno para eludir esta doble trampa mortal? Con los mercados no se puede negociar, porque al ser una red acéfala, no hay nadie que los dirija ni pueda moverlos a razonar. En cambio, con los sindicatos sí se puede negociar, tratando no de vencerles sino de convencerles, haciéndoles entrar en razón. Así que el mejor consejo que cabe dar a Zapatero es el almodovariano "hable con ellos". Sería suicida intentar doblegarles, pues eso despertaría sus reflejos numantinos, que destruirían tanto a Zapatero (que no llegaría vivo a 2012) como a los propios sindicatos (cuya débil afiliación les hace depender del Gobierno de turno). Pero si no se les puede doblegar, sí se les puede comprometer para que se sumen a algún tipo de acuerdo mutuamente beneficioso para todos. Un compromiso en defensa de los intereses comunes a empleados fijos, trabajadores precarios y desempleados, y en defensa del interés general, representado por el Gobierno. ¿En qué tipo de compromiso atractivo para los sindicatos cabría pensar? En alguno que a cambio de ciertos sacrificios en el presente, que puedan asumir como una inversión a largo plazo, les ofrezca esperanzas de supervivencia futura, hoy amenazada por una probable victoria del PP que supondría su pérdida del poder sindical.

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