"Yo en prisión era un 'violín', sentía que podían matarme, rajarme"
El hombre encarcelado dos años por violación y absuelto por la prueba del ADN critica al sistema judicial y a los medios
Apenas han pasado 24 horas desde que Ricardo Cazorla Collado, a quien la prensa otorgó el sobrenombre de violador de Tafira, está en libertad. Tras dos años y siete meses en prisión, lo primero que ha hecho ha sido darse una vuelta por las empinadas calles de su barrio, San Francisco de Paula, en Las Palmas de Gran Canaria, y disfrutar de la compañía de sus padres, Rodolfo y Carmen, que están como locos de contentos. En su casa, ayer, flotaba una sensación de alivio y todo eran sonrisas y contagiosa alegría.
"Claro que me lo esperaba, sabía que esto podía ocurrir, porque yo soy inocente y siempre lo fui", asegura Ricardo, quien a sus 46 años y pese a su largo historial de adicción a la heroína desde los 14, casi no había tenido problemas con la Justicia hasta que una mujer se cruzó con él por la calle, en 2007, y le señaló como el hombre que la había violado diez años atrás. Otras dos mujeres también le acusaron y la Audiencia de Las Palmas lo condenó a 36 años de cárcel. Sin embargo, este martes, el Tribunal Supremo le ha absuelto porque las pruebas de ADN lo exculpan, lo que ya sabía la Audiencia Provincial que lo condenó pero no lo consideró concluyente.
Perdió 40 kilos entre rejas. A sus padres aquel sitio les ponía nerviosos
Ahora sólo quiere que no le molesten más: "Es duro que la gente te juzgue"
"No se puede meter a una persona en la cárcel porque sí, sin una seguridad"
"No es justo que los medios dijeran que yo era 'el violador de Tafira"
"No siento nada hacia esas chicas, ni rabia ni nada, pero creo que cuando alguien acusa a otra persona debe estar muy segura de lo que hace", explica Ricardo. No se aprecia rencor ni ánimo de revancha en sus palabras. En 1993, un autobús lo arrolló y sufre una minusvalía física, sensorial y psíquica del 66% y toma todos los días 180 miligramos de metadona, pero, salvo algunas vaguedades, su discurso es coherente. "Me han destrozado la vida, a mí, pero sobre todo a mis padres. Yo sabía que era inocente, pero ellos han sufrido muchísimo con todo esto", asegura. "Son gente humilde y no están acostumbrados a estas cosas".
Los hechos por los que se le encarceló y por los que ahora el Supremo le ha absuelto sucedieron en 1997, cuando tres chicas de 15, 17 y 27 años fueron violadas en las cercanías del barrio de Tafira, muy cerca de la casa donde vive con sus padres y su hermano menor. Según denunciaron, el agresor, que llevaba una sudadera con capucha, las abordaba siempre de noche y en la calle, y a punta de navaja les obligaba a hacerle una felación.
Ricardo Cazorla mira fijamente a los ojos de su interlocutor y se queda como pensando lo que va a decir. "En la cárcel se siente indiferencia y también miedo. Yo allí dentro era un violín, un violador, y sentía que me podían matar en cualquier momento. Eso puede ocurrir, allí hay gente que lleva años y te pueden clavar una estaca, un cuchillo o rajarte con una lata de conservas", recuerda. "No es que hubiera un momento mejor o peor que otro, lo peor era el día a día sabiendo que yo no había hecho nada".
Sus padres asisten a la entrevista en el angosto, pero luminoso patio de la casa familiar. La charla transcurre con ellos sentados en unas sillas de plástico después de que doña Carmen seque el suelo con la fregona, mojado por las últimas lluvias. Rodolfo Cazorla, ya jubilado de su trabajo en una litografía, no para de sonreír y dar palmadas en la espalda a su hijo. Ricardo también tiene palabras para el juez que le condenó. "Le hizo más caso a esas señoritas que a mí. El que tiene boca se equivoca, pero creo que no se puede meter a una persona en la cárcel porque sí, tendría que haber una seguridad antes de condenar", asegura.
Su madre, hasta ese momento callada, también quiere intervenir. "La Justicia existe, es cierto, pero ha llegado un poco tarde. A mi hijo le han quitado varios años de su vida", asegura. Para ella las visitas a la cárcel eran como un suplicio. "Nos poníamos nerviosos, me impresionaba aquel lugar, las rejas, ver a tu hijo ahí dentro. Su liberación es lo mejor que nos ha pasado en la vida".
Ricardo sólo tiene palabras de agradecimiento para sus padres. "Alguna vez pensé comerme un bote de pastillas y acabar con todo, pero mis padres me dieron mucho valor, me iban a ver todas las semanas. Otros compañeros sí se llegaron a tomar una botella de lejía, pero luego les lavaban el estómago y, al final, no servía para nada". Ha perdido peso, dice que al entrar en prisión estaba por los 120 kilos y ahora no llega ni a 80. "Por la mañana sólo me tomaba un vaso de leche", dice, "y muchas veces mi estómago lo expulsaba".
En la prisión de Salto del Negro también hubo gente que le ayudó. "Me acuerdo sobre todo de un funcionario que se preocupó por mí, que me daba la metadona, que insistía en que viera a mis padres. También hubo internos que fueron amigos míos, pero a la mayoría se los llevaban de kunda (traslado) a la Península o salían en libertad. Y yo seguía allí dentro sin haber cometido ningún delito. Estaba metido en el proyecto de Salud Mental, pero no me hacían nada, me daban unas pastillas a las que llamábamos del Atlético de Madrid y ya está", añade. ¿Del Atlético? "Sí, hombre, porque eran de rayas rojas y blancas", responde con una amplia sonrisa.
Anteayer por la mañana, los abogados Sergio Armario y Octavio Quintana acudieron hasta la cárcel para darle la buena noticia. "Lo primero que hice fue preguntarles si era verdad y que cuándo me podía ir. Me dijeron que ya, que estaban esperando un fax y podía irme. Me puse como loco, fui a recoger mis cosas y quería salir en ese mismo momento, sin esperar a nada".
Aunque su abogado ya tiene previsto un recurso para exigir indemnización, es el momento de saborear la libertad recuperada. En el fondo, toda la familia sabe que será muy difícil reparar el daño causado. "Ahora lo que quiero es que nos dejen tranquilos y poder darle vida a mis padres, que bastante han sufrido ya. Me gustaría cogerlos y llevármelos lejos, fuera de aquí, a un lugar donde no haya nadie, como si es a Tejeda (un pueblo de la cumbre de Gran Canaria) con las cabritas comiendo hierba y los burritos", asegura. Y es que el rechazo de la gente es una de las cosas que más ha dolido en esta familia.
Según Rodolfo, el padre, "no es que los escucháramos hablando, es que sentíamos que lo hacían a nuestras espaldas". Doña Carmen lleva todo este tiempo sin salir de casa, excepto para ir al supermercado y a ver a su hijo a la cárcel. Ricardo se pone serio. "Nos hemos sentido acosados por la gente y yo cada vez los notaba a ellos más tristes, más débiles". También se ha sentido maltratado por algunos periódicos locales. "No es justo que ellos digan que soy el violador de Tafira y ya está, ya me habían condenado. Yo puedo asimilarlo, pero mis padres no, ellos han sufrido".
La entrevista va tocando a su fin. Ricardo Cazorla se queda un momento absorto y desliza un par de pensamientos más. Asegura que, a partir de ahora, sólo quiere vivir. Su mayor ilusión es que no le molesten ni la gente ni los medios ni nadie, y poder comerse unas chuletas, cuanto antes mejor, en un asadero en el campo. Y que nadie, nunca más, le vuelva a señalar por la calle. "Es que es muy fuerte que te ande juzgando todo el mundo por ahí".
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