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Reportaje:ENCANTADOS DE CONOCERNOS

La posadera que no alojó a Letizia

La alemana Lorena Lappe regenta un hotel en la 'zona cero' del 'Prestige'

Lorena Lappe (Baviera, 1943) es una persona acogedora. En los días negros del Prestige, el hotel rústico que regenta en Muxía fue la casa de la mayoría de los reporteros que llegaban para cubrir la noticia. La posadera se prestaba también a hacer declaraciones ante sus cámaras, sirviendo de portavoz a un vecindario poco acostumbrado a la presión mediática. A modo de recuerdo, guarda con cariño un libro de dedicatorias con firmas de todo el mundo. En estas páginas destaca sobre todos un nombre que no figura, el de Letizia Ortiz. Cuando el equipo de informativos de Televisión Española del que formaba parte fue a pedirle alojamiento, Lorena se reservó el derecho de admisión, como, en su opinión, la cadena se reservaba la verdad de lo que ocurría en las costas gallegas. Entonces no sabía que había dicho "no" a la futura princesa. Tampoco le hubiera importado.

Se negó a acoger a la princesa por la actitud de TVE en la marea negra
Hija del país de la cerveza, ha montado una vinoteca en Muxía

Lorena dice llevar "Galicia en el corazón", como rezaba el lema elegido para los actos celebrados con motivo de aquel quinto aniversario del accidente marítimo. "Quiero que esparzan mis cenizas al pie del santuario de A Barca", afirma. No piensa en volver a su Baviera natal, a donde ya sólo va para ver a la familia y visitar a su dentista. De la infancia le quedan dos recuerdos: el de un hogar con dos hermanos y sin dirección permanente, trasladado de lugar en lugar en respuesta a las inquietudes de su padre, y el de la muñeca que solía acompañarla cada vez que tenía que bajar a los refugios durante los bombardeos aliados. Su siguiente código postal fue el de Munich, donde estudió Derecho y trabajó en una multinacional diez años.

Se casó en 1975 y en la luna de miel conoció Galicia. Vino por un folleto que decía: "La esquina verde de España". No era un gran lema publicitario, pero funcionó el mensaje. Ella y su marido se fueron enamorando de Galicia: "Fue un flechazo, nos queríamos quedar".

Encontraron un terreno de monte de 10.000 metros cuadrados, con una exuberante vegetación en la que predominaban los toxos, muy cerca de la playa de Os Muíños, en Muxía. Enseguida cerraron el trato con el propietario: "Lo hicimos con un apretón de manos, todo de palabra; los gallegos son muy honestos", asegura Lorena. Con papeles por medio, descubrieron que las cosas iban más despacio: tardaron tres años en obtener la licencia municipal para construir su casa. Mientras, trataban de venir a Galicia en todas las vacaciones, pasando una y otra vez por la odisea del viaje desde Alemania.

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Cuando cayó el muro de Berlín, ante la incertidumbre por la situación económica en su país, decidieron cruzar definitivamente la frontera. Llegaron a una Muxía donde cada vez se veía menos piedra y más hormigón, y apostaron por predicar con el ejemplo: se compraron una casa en ruinas en el centro del pueblo y la restauraron con los materiales tradicionales. En ella abrieron una vinoteca. Por entonces ya eran muy gallegos y habían asumido como propia la filosofía de que "aquí sólo funciona lo de comer y beber". El negocio ha ido bien, y ha exigido incorporar otras dos casas restauradas en sucesivas ampliaciones. En la última montaron un hotel rústico con cinco habitaciones.

Su familia siempre fue de vino en tierra de cerveza. En la vinoteca trata de fomentar la cultura del vino: "Cambié la manera de beber de los vecinos, sirviendo copas y tapas cuidadas; luego, los clientes han comenzado a exigir lo mismo en otros bares".

En estos años se ha ganado la confianza y el respeto del pueblo. Poco a poco, se han ido entendiendo mutuamente, aunque le quedan varias anécdotas: "Cuando nos instalamos aquí, yo solía invitar en el bar a los obreros que trabajaban en la construcción de la casa, para agradecerles su dedicación, hasta que uno me dijo que mejor no lo hiciera, porque su señora se enfadaba". Entonces las mujeres de Muxía no frecuentaban los bares. En otra ocasión, vio a una señora en la playa con una perra y una cuerda. "Decía que iba a ahogarla porque estaba enferma". Lorena la salvó y la llevó al veterinario: "No estaba enferma, estaba preñada". Nadie entendía su amor a los animales.

Sólo se sintió ridícula un vez, cuando una noche escuchó ruidos y salió a enfrentar a los intrusos en camisón, calzada con botas de goma y con un hacha en la mano. Resultaron ser unos vecinos buscando una vaca. Al día siguiente, todos se reían de su estampa. Desde entonces la han acogido bien, siempre con una sonrisa.

La bávara Lorena Lappe se asoma por una de las ventanas del establecimiento que regenta en Muxía.
La bávara Lorena Lappe se asoma por una de las ventanas del establecimiento que regenta en Muxía.Xurxo Lobato

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