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CÁMARA OCULTA
Columna
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Yo, Tarzán

Cuentan que el cineasta cubano Santiago Álvarez, de paso por Madrid allá por los años setenta, entró una buena mañana a un cine para hacer tiempo. Daban una de Tarzán, lo que le debió de parecer algo inocuo y relajante. Pero cuando oyó en castellano aquello de "Tarzán, en qué lugar tan encantador vives", le dio un ataque de risa de tal magnitud que hubo que interrumpir la proyección y llamar a un servicio médico de urgencia.

Parece que en la clínica don Santiago se relajó bastante, pero que cada vez que recordaba cómo hablaba Johnnie Weismuller con acento vallisoletano le volvían los ataques. Hubo que explicarle que se trataba de una normativa de Franco con su peregrina idea de que en España sólo podía oírse la lengua del imperio, algo que no ocurría en ningún país hispanoamericano, y que con este fin había obligado a que todas las películas extranjeras estuviesen dobladas, por decreto. Cuando se dictó tal orden, en 1941, apareció en la prensa lo siguiente: "Entre los objetivos concretos de la gran misión hispánica reservados al cine, ninguno más trascendental, ninguno de necesidad más inmediata y apremiante que el de conservar la pureza del idioma castellano en todos los ámbitos del imperio hispano". Por si no había quedado claro. Las consecuencias, ya conocidas, además de permitir a la censura cambiar los diálogos a su antojo, fueron que nunca conociéramos las voces originales de los actores, además de que jamás aprendiéramos bien otra lengua, ni siquiera a leer correctamente. El cine, para aquel régimen, sólo era un medio de propaganda. Que fuera lo que se llamaba el séptimo arte se la traía al pairo. Generaciones de españoles fueron jodidas desde entonces por el doblaje, técnica que algunos aún defienden como nuevo arte. Efectivamente surgieron buenos artistas para una tarea que no debía haber existido, y con la que los censores aprendieron a hacer encajes de bolillos. Tarde parece ya para dar marcha atrás, dado el arraigo entre la población. Y ahora en Cataluña se quiere ampliar este "artificio maligno", según definió Borges al doblaje, para que Tarzán, o a quien corresponda hoy en día, hable también en catalán.

¿Por qué no se intenta devolver al cine su condición original, clausurando de una vez por todas aquella tropelía franquista? Se le desmontan a Franco estatuas ecuestres, pero se mantiene su larga sombra en las oscuras salas del cine.

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