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Columna
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Terremotos

Los terremotos fueron un buen argumento para remover conciencias e instar a los creyentes a que reformaran su conducta. Por sus dramáticas consecuencias, le planteaban un gran problema a la teodicea, esto es, a la justificación del buen gobierno de Dios ante la existencia del mal y del sufrimiento. Si Dios es justo y bueno, cómo puede permitir esto. La pregunta la hemos vuelto a escuchar estos días y se ha hecho célebre gracias a una desafortunada respuesta. James Wood, autor de Los mecanismos de la ficción y crítico literario, escribía en un reciente artículo en el New York Times sobre el género del "sermón del terremoto" y el éxito que tuvo en la Inglaterra del XVIII. Los terremotos hallaban su justificación divina en los pecados de los hombres y constituían una llamada a la regeneración moral. Sancionaban la maldad humana, no la divina.

Este tipo de sermón aún perviviría y lo estaríamos escuchando, abierta o solapadamente, a raíz del terremoto de Haití. Como ejemplo extremo, Wood nos recuerda las palabras del predicador evangelista Pat Robertson, quien tras calificar el terremoto como "una bendición disfrazada", ya que puede propiciar una amplia reconstrucción del país, no dudaba en afirmar que los haitianos lo merecían. Según el señor Robertson, los haitianos juraron un pacto con el Diablo para liberarse de la tiranía francesa. Consiguieron su propósito, pero todas las calamidades que vienen padeciendo desde entonces -la última, el terremoto-, serían consecuencia de ese pacto. El obispo Munilla, que tanto nos escandalizó cuando le preguntaron sobre la supuesta bondad divina, eximió al fin y al cabo del mal a los haitianos: la catástrofe no implicaba un castigo moral, creo que es lo que quiso decir, ya que el mal lo ejercíamos en mayor medida nosotros que esos pobres desdichados. Bien, cada loco con su tema, como se suele decir.

La pervivencia del discurso teológico sobre el castigo y la gracia a la que se refiere Wood habría que rastrearla más allá del "gracias a Dios estoy vivo" y señalarla en la versión secularizada de esa "bendición disfrazada" de la que también hablaba el reverendo Robertson. Sinceramente, me resulta escandaloso escuchar eso tan repetido de que "el terremoto puede suponer una gran oportunidad para Haití". ¿Se necesitan cientos de miles de damnificados, tanto dolor y destrucción, para ofrecerle una oportunidad a un país miserable? Si la justicia divina requiere la destrucción para la salvación de los hombres, ¿no estará ocupando su lugar la justicia humana que espera también el castigo para poder salvarlos? Bien, salvémoslos. Aunque es de temer que, como casi siempre, sólo estemos tratando de salvarnos a nosotros mismos y Haití sea olvidada una vez enterrados sus muertos. Si la bondad divina tenía que ser justificada por la teodicea, lo mismo le ocurre a la bondad humana. Esta última halla su justificación en los medios: con ellos se ilumina y se apaga. Esperemos que así no sea.

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