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Columna
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¿Qué anuncia?

David Trueba

Fui a ver una película protagonizada por George Clooney y el tipo es agradable, simpático, con una sonrisa seductora, pero yo no podía evitar sentir a cada segundo que iba a pedir un Nespresso. Siempre he pensado que los actores debían evitar la publicidad porque su oficio consiste en presentarse completamente vacíos y dejar que el personaje los llene de historia y biografía. Como el protagonista de Un tipo serio de los Coen, que no era nadie y eso multiplica su grandeza. Pero claro, forrarse es también una inclinación humana muy comprensible. Me pasa algo parecido con Angelina Jolie. Siempre que sale en una película y pasa un niño cerca me digo: a que ahora va y lo adopta.

La gente que se presta a la publicidad acaba fundiéndose con el producto. Por eso casi nadie quiere hacer los anuncios de anticaspa o los de disfunción eréctil. A veces el personaje real le juega malas pasadas al publicitario y pasa como con Tiger Woods o Kate Moss, que si ensucian su imagen obligan a la marca a patearlos lejos. Hoy día los publicitarios funcionan con enorme habilidad. A la mañana siguiente de ganar una carrera aparecen anuncios de Fernando Alonso o de Jorge Lorenzo, pero si Cristiano Ronaldo le rompe la nariz a un contrario lo mejor será dejarlo para el lunes siguiente. A nadie le gusta decir: utilice esta colonia y no se le resistirá ningún tabique nasal. O: aféitese con nuestras cuchillas y podrá engañar a su esposa sin que se le note. Son mensajes torcidos en un mundo que se quiere siempre recto.

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