La herencia de Yúshenko
La figura del líder de la 'revolución naranja' planea sobre los dos candidatos a sucederle en la presidencia de Ucrania
Sea quien sea el próximo presidente de Ucrania, es poco probable que este país clave para la estabilidad en Europa central deje de dar sustos a sus vecinos orientales y occidentales, como mínimo por las eventuales secuelas de su precaria situación económica. Ni Víctor Yanukóvich ni Yulia Timoshenko, que compiten el 7 de febrero en la segunda vuelta electoral, tienen recetas mágicas para superar la crisis, aunque ambos han hecho promesas populistas. De los 24,5 millones de ucranianos que votaron el día 17, 8,6 millones apoyaron a Yanukóvich y 6,15 millones, a Timoshenko. Ambos luchan por los votos desperdigados entre Serguéi Tigipko (3,2 millones), Arseni Yazenuk (1,7 millones), el presidente Víctor Yúshenko (1,3 millones) y otros.
Ni Yanukóvich ni Timoshenko tienen recetas contra la crisis económica
Ucrania sigue dividida en dos bloques (el sur y este con Yanukóvich, y el oeste y centro con Timoshenko), pero los votantes que Tigipko "arrancó" a los dos finalistas indican una mayor integración del Estado y también una búsqueda de caras nuevas. Yúshenko se va, pero deja su semilla y los otros candidatos no pueden ignorar la "afirmación de Ucrania" que ha sembrado, les guste o no.
"Yúshenko ha querido que Ucrania sea un país con su propia historia, su propia identidad y su propia memoria y eso es positivo, pero ha intentado hacerlo sobre una base falsa, y eso es negativo", dice Dmytro Vydrin, vicesecretario del Consejo de Seguridad y Defensa. En el "intento desesperado de crear la identidad ucrania", el presidente saliente ha buscado -y forzado- las diferencias con Rusia. El electorado le ha castigado, pero Yúshenko no piensa dejar la política y hay quien opina que tiene un espacio asegurado como "guardián de la independencia".
El proceso de autonomización del "hermano menor" frente al "hermano mayor" es un fenómeno que ocurre en todas las familias, incluidas las "familias políticas" de Ucrania. A diferencia del pasado, Yanukóvich no aboga ahora por dar al idioma ruso el estatus de segunda lengua oficial, sino que se limita a defender los derechos de los rusoparlantes a escala regional en el marco de los compromisos europeos de Ucrania.
Los portavoces de Regiones no se han rasgado las vestiduras ante el decreto con el que el presidente saliente acaba de conceder el título de héroe de Ucrania post mortem a Stepan Bandera, el nacionalista asesinado en 1959 por el KGB, que unos consideran como "mártir de la patria" y otros como "colaborador del nazismo". El partido de Yanukóvich calificó el decreto como un paso más para dividir a Ucrania.
Al margen de sus protagonistas, la revolución naranja, la protesta popular del otoño de 2004, imprimió carácter y acotó el terreno de juego de la política de Ucrania. Después de aquel acontecimiento, Yanukóvich comenzó a contestar en ucranio en las ruedas de prensa y Nikolái Azárov, su gurú económico, a dirigirse en ese idioma al Parlamento. Ahora, de gira por las regiones occidentales, Timoshenko ha recogido la estafeta de Yúshenko, al identificarse con los soldados de una unidad de ucranios que al servicio del Imperio Austrohúngaro vencieron a las tropas de la Rusia zarista en 1915 en una batalla de la I Guerra Mundial.
En pos de la presidencia, Timoshenko hace honor a la imagen de tigresa de su propaganda electoral. En el equipo de Yanukóvich temen sus zarpazos. Ambos son, según Vydrin, "dos personajes urbanos. Ella, de arrabal; él, de poblado minero. Compiten entre sí. Ella, por engañar; él, por no aparecer como engañado". Mientras, en Moscú, el jefe del Gobierno, Vladímir Putin, ha dicho que no va a permitir la "ucranización" de la política rusa. "Ucranización" puede interpretarse como confusión y engaño, pero también como aprendizaje de una democracia pluralista y rica. Depende del resultado.
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