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Derrumbe en Tetuán

Crema de verduras con picatostes para los desalojados

Un hotel alberga a las 21 familias que tuvieron que dejar su casaRostros de agotamiento y conversaciones en susurros a la hora de la cena de las 14 familias realojadas en un hotel

Pilar Álvarez

"Mi mujer tiene miedo, no quiere volver allí con la bebita". Johan Álvarez habla por los dos: por él y por su señora, que pierde la vista al fondo de la sala y apenas abre la boca. "Estoy muy cansada", susurra. Y Johan, boliviano, mece a su hija Sarita, de 12 días, mientras termina la crema de verduras con picatostes que le acaban de servir.

Ocupan la mesa central del comedor de un hotel moderno de tres estrellas, el NH Zurbano, que esta noche aloja a los desalojados: las siete familias que se han quedado sin casa y otras 14 que salieron con lo puesto del edificio colindante, tras el derrumbe del número 6 de Mariano Fernández.La casa alquilada de Johan y su familia aún sigue en pie. Ayer por la tarde pudieron volver, sólo unos minutos, para recoger algunas cosas. "Yo cogí este jersey". Elisabeth Nina, vecina de la planta tercera del bloque 8, salió con lo puesto después del estruendo. "Se oyó un golpe muy fuerte, fue terrible", explica. Huyó corriendo con su "batica" y un abrigo que arrancó del perchero. Está preocupada. Sobre todo por sus dos hijas, que siguen en Bolivia. "No sabemos qué va a pasar, ¿qué vamos a hacer ahora?". Ella tampoco quiere volver. No se fía.

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Ni Christian Álvarez, el tío de la bebé Sarita, que ayer preguntó en la reunión con representantes municipales si alguien podrá garantizarles que estarán bien en un inmueble "donde hay grietas en las que casi cabe un dedo". "Sí, sí, hay muchas rajas, sobre todo en los pisos de la planta baja", afirma.

A Johan, que casi ha dormido a la niña envuelta en una mantita blanca y rosa, tampoco le convenció el encuentro con las autoridades. "Ya sabe usted, lo hacen sólo por la imagen, no nos han solucionado nada", afirma. De momento pasarán la segunda noche en su campamento de tres estrellas, adonde llegaron de madrugada y con el susto en el cuerpo. "Aquí nos quedaremos como mucho siete días", asegura Christian. "Luego tendrán que realojarnos". Han dormido poco o nada. Nina tiene los ojos hundidos y la cara pálida porque no ha pegado ojo.

En la sala blanca donde cena una veintena de afectados, las conversaciones son en voz baja, apenas se oye el tintineo de los cubiertos, los rostros de agotamiento se repiten.

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Como el de Santiago, sentado en otra de las cinco mesas ocupadas, y con pocas ganas de charla: "Estoy destrozado, no he podido descansar en todo el día". De su piso, en el bloque siniestrado, sólo quedan escombros. Pide no pensar, no tener que hablar de ello. Tampoco el señor que acaba de entrar en el comedor, ni la anciana que pide otra tarjeta de acceso para su habitación. "Ya sabe usted, con el lío, no sé dónde la he puesto", explica a una recepcionista.

El hotel, de puertas automáticas, está a dos kilómetros y medio de sus casas, las que siguen en pie y las que no, en una calle que ayer quedó cerrada con un cordón policial al que se seguían acercando curiosos para ver los cascotes.

Entran y salen clientes de la recepción: un ejecutivo elegante que rueda su maleta silenciosa, una mujer envuelta en un visón, con ánimo de una posible fiesta de viernes. Los desalojados han decidido quedarse. Tras el postre subirán a las habitaciones, a ver si esta noche pueden dormir.

Un vecino recupera su gato.
Un vecino recupera su gato.S. S.

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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