Straw declara que decidió no evitar la intervención de Reino Unido en Irak
El ministro de Exteriores con Blair comparece ante la comisión de investigación
Jack Straw, ministro de Exteriores cuando Reino Unido decidió acompañar a Estados Unidos en la invasión de Irak, reconoció ayer que el Gobierno de Tony Blair no habría podido sumarse a la invasión si él se hubiera opuesto porque, sin su apoyo, la guerra no habría obtenido respaldo ni en el Gabinete ni en el Parlamento.
Straw compareció ante la comisión que investiga la participación en la guerra de Irak pese a seguir estando en el Gobierno. La comisión ha aplazado hasta después de las elecciones de la próxima primavera la comparecencia del primer ministro, Gordon Brown, y otros ministros. Pero no la suya, porque los investigadores no necesitaban indagar sobre su actual empleo de ministro de Justicia.
"Fue la decisión más difícil que he tomado en mi vida, pero no reniego de ella"
Su comparecencia no ofreció grandes novedades, pero contribuyó a describir poderosamente las enormes dudas y dilemas que vivió el laborismo británico en aquellos días, atrapado entre el pragmatismo de las tareas de Gobierno y los impulsos mucho menos belicosos de las bases del partido.
En una declaración escrita de 25 folios entregada a los investigadores y divulgada justo antes de su comparecencia, Jack Straw admite que una invasión que sólo se justificara por el mero objetivo de derrocar a Sadam Husein habría sido ilegal y que sus reticencias iniciales a la acción militar fueron desapareciendo en la medida en que, con el tiempo, comprendió mejor la amenaza que suponía Sadam. Una amenaza basada no tanto en los datos suministrados por los servicios de información como en el análisis de la actuación del líder iraquí en los 12 años anteriores a la invasión.
Se distanció de Blair al negarse a responder directamente a la pregunta de si estaba "cómodo" con el compromiso adquirido por el entonces primer ministro de apoyar ya en 2002 los planes de guerra de George Bush o cuando le preguntaron si estaba de acuerdo con las posiciones de Blair sobre el derrocamiento de Sadam: "No hay que sorprenderse de que en los altos niveles de un Gobierno haya puntos de vista diferentes y que éstos se debatan. Mi obligación era ofrecer al primer ministro mi opinión y mi lealtad".
Pero dejó claro: "Nosotros no compartíamos con Estados Unidos la política de cambio de régimen como objetivo de la política exterior. No era nuestra política en 2002, no lo era en 2003 y nunca habría habido base legal para que fuera nuestra política".
Admitió que en su apoyo final a la invasión jugaron algunas lecciones de la historia reciente: de la guerra de las Malvinas aprendió la necesidad de tener en cuenta la información de los servicios secretos, y de la crisis del canal de Suez la conveniencia de estar siempre "cerca de EE UU".
"Mi decisión de apoyar la acción militar en Irak fue la más difícil que he afrontado en mi vida", subrayó en su declaración escrita. Aunque en el pasado había apoyado las intervenciones en las Malvinas, la primera guerra del Golfo, Kosovo y Sierra Leona, "Irak era diferente y los dilemas tanto morales como políticos eran profundamente difíciles". "Era también plenamente consciente de que mi apoyo a la acción militar era un punto crítico. Si la hubiera rechazado, la participación de Reino Unido no habría sido posible. Casi con toda seguridad no habría habido una mayoría ni en el Gabinete ni en los Comunes", dijo. Pero concluyó: "Fue mi elección. Nunca he renegado de ella ni pienso hacerlo. Acepto plenamente esa responsabilidad".
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