Hibernación
Hoy se habla del tiempo, socorrido y británico tema de conversación que se impone en todos los corrillos y copa, con sus brumas y sus nieves, cámaras y micrófonos. El taxista que traslada al viajero a la estación ferroviaria de Chamartín baja el volumen de la radio, que amenaza con nuevos cataclismos congelados, para unirse al coro de los agoreros: "No creo que salga su tren. ¿A Segovia dice usted? ¡Ufff! Las cosas deben de andar muy mal por ahí, por el norte. Por lo visto, esta mañana...". El viajero, aún no recuperado del esfuerzo de capturar un taxi entre la nevisca, resopla y se enjuga el sudor frío que corre por su frente mezclado con las gotas de lluvia. El último tren, lanzadera que enlaza Madrid con Segovia horadando la sierra del Guadarrama, está a punto de salir. En media hora, si no se cumplen las fatídicas predicciones de los meteo-rólogos, los taxistas y los pesimistas, el Avant, orgullo de la Alta Velocidad, depositará a sus viajeros en la estación de Segovia-Guiomar. "Guiomar, sí Guiomar, el nombre de la novia del poeta Antonio Machado que vivió muchos años en Segovia, más que en Soria...". Un pasajero segoviano, con tono de cicerone reivindicativo, informa a una pareja de turistas ingleses pertrechados para una expedición a la Antártida. Hubo polémica para bautizar a la nueva estación segoviana. Uno de los sectores más beligerantes y recalcitrantes reivindicaba el nombre imperial de Isabel la Católica; otros, ateniéndose a las coordenadas geográficas y toponímicas y a salvo de tentaciones eufónicas, proponían llamarla simplemente estación de Juarrillos, por hallarse en el entorno de la ermita así denominada y enclavada en un polígono de expansión del mismo nombre, polígono que hoy ocupan las vacas, muy entretenidas mirando pasar los trenes, pero que cuando dejen de soplar los vientos de la crisis se repoblarán con chalés adosados y bloques de viviendas.
Una voz informa a los viajeros de un retraso de 15 minutos achacable a la climatología hostil
En contra de todas las previsiones, los responsables ferroviarios optaron por la vena poética y hoy la novia idealizada del vate tiene a su nombre una estación moderna y funcional, un rectángulo de granito gris, ubicado en mitad de la estepa castellana, en el centro de la nada y a una decena de kilómetros de la ciudad del acueducto romano y del cochinillo asado. Una voz ominosa informa a los señores viajeros de un retraso de 15 minutos achacable a la climatología hostil y, por lo tanto, no reintegrable pecuniariamente por la compañía. El sosegado murmullo de los usuarios sube de tono y prenden los comentarios alarmistas. Hay quien aprovecha la pausa para narrar homéricas odiseas ferroviarias, pero aún no ha transcurrido el cuarto de hora anunciado cuando el convoy parte, raudo y silencioso, hacia su destino a través de paisajes nevados y túneles prodigiosos. No hay tiempo para la épica; antes de que el patriota segoviano termine de narrar a los turistas ingleses la gloriosa historia de su terruño, que incluye la fundación y colonización de Madrid por pastores de su provincia, la lanzadera ha cumplido su trayecto y depositado al pasaje sobre el paisaje estepario. Los copos de nieve cruzan horizontalmente el páramo desierto; hoy no han venido ni las vacas a recibir a la comitiva y mientras los viajeros autóctonos avanzan hacia el aparcamiento, los turistas desorientados caminan, cargados como árboles de Navidad y anadeando como zombies, sobre una placa de hielo para tomar el autobús que por fin les dejará a los pies del Acueducto.
No ha terminado el periplo para el viajero que suscribe estas líneas, de nuevo a la caza de un taxi para desplazarse hasta la orilla del Eresma, donde tienen ustedes su casa. Por esta alameda paseaba a diario Antonio Machado y luego regresaba por sinuosa y escarpada pendiente a su modesta pensión de la calle de los Desamparados, hoy modesto y ejemplar museo. El taxista, por fin abordado, saca también su veta pesimista: "No sé cómo estará la cosa por ahí abajo...". No está tan mal. El viajero llega a su confortable guarida para hibernar como los mamíferos más sabios y alimentarse con la savia de los periódicos que no pudo leer con detenimiento durante la semana. Esperanza Aguirre, como una reina bruja, contrafigura de los Reyes Magos, ha quitado a los niños de Madrid algunos regalos navideños, los ordenadores prometidos por papá ZP, perversos aparatos que podrían miopizarlos a perpetuidad. La presidenta desprecia cuanto ignora, que diría el vate, e ignora demasiadas cosas.
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