Éxito y mérito
Les dejaba la semana pasada con dos entrenadores que cabalgaban juntos en busca de nuevas aventuras, nuevos retos, nuevas soluciones. Y quería hoy retomar el hilo de las reflexiones en torno a esos que se sientan en los banquillos, la mayoría vestidos de traje, salvo superstición o manía que aconseje otra vestimenta. No me refiero a los delegados de equipo, ya que éstos merecen un capítulo aparte por lo que saben, por lo que escuchan y, sobre todo, por lo que callan. Me refiero a los entrenadores. Esos seres en estado de permanente duda, no de la duda propia, que seguro que también les asiste en su fuero interno, no, me refiero a las dudas que todos parecen depositar en sus capacidades. Ya hemos dicho en infinidad de ocasiones que el fútbol está lleno de entrenadores potenciales y que cuando un equipo logra armar una plantilla como las que disponen el Real Madrid o el Barcelona suele acompañarle un comentario "gracioso" que sentencia que a ésos les entrena "hasta mi prima". Al margen de consideraciones sobre las capacidades técnicas de la prima de cada cual para dirigir equipos de fútbol, y esperando que no se vea en la frase más conato de machismo que el que suele colgar de las expresiones más populares del balompié, querría mirar la ocupación del míster desde una perspectiva más luminosa, más amplia, dando por descontado que la culpa de todo lo malo, en el fútbol, la tiene el árbitro, y detrás de él, a escasas centésimas, el entrenador.
Miremos a Pellegrini, un señor tranquilo, reflexivo, lleno de experiencia en esto de los banquillos, que en un exitoso y discreto paso por el Villareal (discreto porque si uno se sale del foco de los centros mediáticos del país, Madrid, Barcelona, su trabajo siempre queda difuminado, como en el parte del tiempo, en la nebulosa de "el resto del Estado") nos había mostrado grandes dosis de saber de qué va esto del fútbol y a quien el Real Madrid pone al mando de una plantilla llena de talentos individuales, llena de excelentes jugadores; pero también con imperfecciones y carencias. No es esta una condición negativa, ya les conté en otro artículo que los mejores equipos siempre fueron imperfectos y, hasta cierto punto, desequilibradamente equilibrados, únicamente se trata de un punto de partida. Se ha ocupado el ingeniero chileno en ajustar sus piezas, en ensayar con diversos sistemas de juego, con diversas soluciones, partiendo de unos preceptos que ha ido moviendo de forma sutil, superando momentos enormemente traumáticos como el de Alcorcón, hasta encontrar un esquema reconocible, una forma de juego estable y unas referencias a partir de las cuales su equipo se siente seguro para competir y ganar. Y jugadores que al principio parecían descartados se han convertido en revulsivos, tal vez porque ellos sintieron que el fútbol es, finalmente, de los jugadores, pero también tuvieron en el banquillo a alguien que no ha pretendido tener todas las respuestas.
Si quieren verlo en otro sitio podemos viajar a la ciudad deportiva del Barça para observar que un proyecto hiperexitoso sigue necesitando de ser gestionado cada día, cada ejercicio. Alguien diría que este Barça ya sabe cómo jugar y que lo haría hasta dormido. Se nos suele olvidar que también los rivales estudian a los azulgrana y que cada vez se encuentran con una nueva trampa táctica. Y se nos suele olvidar que en este juego donde tantas cosas se dan por seguras, cada partido es un melón por abrir y, de pronto, lo que era una clasificación de Champions que corría el riesgo de ser considerada anodina, se complica con una derrota ante el Rubin y hay que jugarse el todo por el todo en el frío de Kazán y de Kiev.
Y si quieren observarlo desde la esquina de "el resto del Estado" echen un vistazo al trabajo de entrenadores como Lotina o Manzano, que cada semana componen una nueva sinfonía para sacar chispas a unas plantillas sin tanto relumbrón pero con excelentes soluciones colectivas.
Y todos ellos sabiendo que en cada bar, cada lunes, cuando los resultados son buenos, hay alguien que cierra el café de la mañana sentenciando: "Con esos, también yo sería entrenador". Ya..., o mi prima.
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