Regalos
Algunas empresas han suprimido el lote de Navidad y las hay que tampoco celebran la tradicional copa con la que los empleados se deseaban felices fiestas y un próspero año nuevo. También han disminuido las comidas, sustituidas a veces por un bufé, y los regalos son más escasos. Me parece bien que los dueños se cuestionen las distintas celebraciones y se pregunten por las relaciones públicas porque, al fin y al cabo, también son otras las costumbres de los trabajadores. Más discutible es, en cambio, justificar la decisión porque vivimos tiempos de austeridad. El presupuesto no depende de un ágape y, por otra parte, hay más recursos para cuadrar las cuentas que el de ahorrar en comida y bebida. A mí, la verdad, me sabe mal que se pierda uno de los pocos actos sociales en el que la gente se hacía visible, quizá porque aún creo en el tió y acudo cada año a recibir a los Reyes Magos.
Últimamente, hay una cierta tendencia a la invisibilidad, convencida la gente, tanto la que manda como la que obedece, de que se impone el distanciamiento para favorecer la operatividad, nada que ver con el asambleísmo y ruido de tiempos anteriores. Los SMS y los correos facilitan la tarea y evitan los engorros. Y, si es posible, mejor no dar explicaciones. Igual es cierto que había mucho de impostura y de superfluo en algunas fiestas. No estaría nada bien, en cualquier caso, que con tanta tecnología e impersonalidad, nos olvidáramos de la buena costumbre de relacionarnos de vez en cuando. De ahí la importancia de las fiestas navideñas como punto de encuentro para cuantos necesitamos del cuerpo a cuerpo para levantar el ánimo o hundirnos en la miseria. Un apretón de manos o un abrazo son fuente de energía de la misma manera que una mirada puede decir más que una carta.
Van desapareciendo los ceremoniales que servían para poner cara a los nuevos compañeros, o con los que sólo se trataba en la distancia, rituales en los que esporádicamente se combatía la desconfianza y se renovaba la fe empresarial. Amigos y enemigos se deseaban lo mejor y lo peor a partir de una charla o simplemente con un brindis. Hoy se impone el silencio, y en muchos sitios los asalariados sólo se reúnen en las despedidas y los funerales. Hay excepciones, por suerte, y son varias las iniciativas que se organizan de forma imaginativa, además del clásico vermut o la cena. Nosotros tenemos una gran suerte, y no hemos llegado al extremo de los presos de la cárcel de Llenoders, amotinados porque les han dejado sin cesta. La sección de economía es tan generosa que desde hace un tiempo monta para toda la redacción un sorteo con regalos navideños. Nos vemos, nos reímos, nos divertimos, nos los pasamos bien, y salimos con un lote. Muchas gracias, buen provecho y, si pueden, pongan la película Plácido, de Berlanga.
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