El 'bautismo' chavista
El presidente venezolano Hugo Chávez no sólo nacionaliza bancos extranjeros, sino también monumentos y hasta accidentes geográficos. La última nacionalización ha afectado a las cataratas con mayor caída del mundo -casi 1.000 metros- conocidas como Salto del Ángel.
Un aviador estadounidense, Jimmy Angel, fue el primer occidental que, en 1933, divisó aquel prodigio de la naturaleza cuando sobrevolaba la zona buscando vetas auríferas, aunque seguro que algún conquistador español anduvo por allí con varios siglos de adelanto. Angel no encontró oro, pero si obtuvo el premio de consolación de que le dieran su nombre a la monumental cascada, que se halla en el parque nacional de Canaima, en plena selva, próxima a la frontera con Brasil.
Y el líder bolivariano decidía hace sólo unas jornadas, con esa facundia patrimonial de quien se siente amo y señor de su país, que las cataratas se llamarían Kerepakupai-Merú, que significa en lengua de los indígenas Pemon, "cascada del lugar más profundo", con su majestuosa caída desde el monte Auyan Tepui o Montaña del Diablo, que no ha habido que rebautizar porque así se llama secularmente.
La práctica de dar nuevos nombres en países donde el colonialismo lo había bautizado todo a su guisa, es tan legítima como habitual. Santa Isabel de Fernando Poo, en la ex colonia española de Guinea Ecuatorial, hoy es Malabo, y Chávez, a su estilo, ya había rebautizado el Día de la Raza o del Descubrimiento como Día de la Resistencia Indígena, pero la diferencia consiste en que esos neobautismos suelen hacerse recurriendo a la lengua nacional en lugar de a la versión extranjera. Así, la anglo-portuguesa Bombay -Bom Baia- es hoy Mumbai, y la ex colonia francesa de Alto Volta, Burkina Faso, pero ocurre que la lengua poma no es oficial en Venezuela, donde se habla, y muy bien, sólo el español.
Sería de agradecer, por ello, que el monte Ávila, tan español y tan teresiano, que domina la ciudad de Caracas, no adopte en las pilas bautismales del socialismo bolivariano del siglo XXI cualquier otra denominación, porque, sin duda, los resignados caraqueños harían caso omiso del nuevo onomástico.
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