_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Madrid tiembla

En la madrugada del miércoles al jueves, a eso de las dos y media, la cama empezó a moverse. Aún no me había dormido, estaba leyendo y al principio tuve una sensación extraña como si fuese yo misma con mi respiración la que estuviera haciendo temblar el colchón. Pero no, no era yo, la cama parecía un animal con vida propia y salté de allí a un suelo mareante. A mucha gente le ocurriría lo mismo. Se enterarían menos los que estuviesen rodeados de música y barullo, y si alguno notó algo lo achacaría al trago. Los que estaban durmiendo soñarían que iban en una barca entre las olas del mar, que seguramente sería el caso de mis vecinos porque no escuché abrirse ni cerrase ninguna puerta, el descansillo estaba a oscuras. No sabía qué hacer, aquello podría repetirse, si es que se estaba produciendo un seísmo. En Internet no di con ninguna noticia sobre el asunto y no me hacía mucha gracia tumbarme en la cama y que empezara otra vez a dar pequeños saltos, así que me vestí y a las tres se me ocurrió llamar al 112.

Somos menos fuertes de lo que creemos, menos importantes, menos sabios, menos heroicos

Me dijeron que no tenían ninguna información, que nadie les había informado de lo que ocurría, que lo que sabían lo sabían por algunas llamadas como la mía, y se quedaron tan frescos. Por lo menos no se trataba de que los cimientos de mi edificio estuviesen cediendo, sino de temblores a los que estarán acostumbrados los habitantes de San Francisco, pero no los de aquí, por lo que no me parecía tan descabellado preocuparme por si en un apretón del terremoto (que ahora sé que era lejano, pero no en aquel momento) se me caían las estanterías encima. No se me facilitó información. Más aún mi insistencia en que se me diera estaba resultando incómoda, así que colgué un poco azorada. Los ciudadanos somos unos pesados, tendemos a exigir que nos atiendan aquellos a quienes pagamos con nuestros impuestos. No había información, no había ninguna recomendación que dar, no había nada de nada, sólo gente como yo que tendríamos que confiar en que aquello hubiese sido momentáneo. Pero ¿y si no lo fuera?, ¿no tendrían que estar previstos casos como éste? Sobre todo si pensamos en los más débiles, en los ancianos por ejemplo, que pueden sentirse bastante vulnerables en semejante situación.

De todos modos me rehice, no quería ser la cobardica que le da importancia a que la casa se mueva y volví a la cama con la lección aprendida: somos menos importantes de lo que creemos, menos fuertes, menos sabios, menos heroicos y en cualquier momento el suelo puede tambalearse bajo nuestros pies. Me tapé dispuesta a coger el libro que había dejado en la mesilla.

Se trataba de un ensayo sobre literatura que en un principio me tentó por el título y que ahora me servía para pensar en mi lugar en un universo azaroso: Los convencionalismos del sentimiento (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Me tentó porque la vida se mueve por los sentimientos, y las novelas también. Y no son precisamente las narraciones sentimentales las que más sentimientos contienen, sino las que nos crean incomodidad, desasosiego, las que tenemos que cerrar de vez en cuando para volver a la vida normal. Eso es lo que nos ocurre con Joseph Roth, uno de los escritores más geniales en lengua alemana del periodo de entreguerras, que dejó dicho en una de sus novelas, Fuga sin fin: "Los escritores lo viven todo a través del lenguaje. No pueden sentir algo sin expresarlo", algo que valdría para resumir la manera de estar en el mundo de otros tantos autores reunidos en este volumen: W. G. Sebald, Conrad, Broch, Zweig, Chéjov, Turgénev, Márai, Platónov, Tolstói o Kafka. La verdad es que hasta que Kafka no creó la atmósfera kafkiana no supimos explicar lo que sentíamos ante el mundo. Logró crear una sensación universal, de la que constantemente echamos mano para expresar lo absurda que es la vida.

Luis Gonzalo Díez, el joven profesor autor de este espléndido libro, nos conduce con una gran lucidez por la narrativa del siglo XX, que en sus propias palabras "trató de sobrellevar el impacto emocional de la historia". Los grandes autores del siglo pasado se atrevieron a dar cuenta de nuestros sentimientos y perplejidad ante unos cambios sociales a los que había que adaptarse y que nos hacían más frágiles. Una de las mejores maneras de bucear en la nueva forma en que aprendimos a aproximarnos los unos a los otros a lo largo de un siglo es sin duda a través de la literatura. Y la manera de entrar en esa rica literatura que aún nos puede iluminar el camino que tenemos por delante es leyendo el libro de Luis Gonzalo Díez. A mí me ha puesto los pies en la tierra, en tierra firme.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_