Una recesión silenciosa
La crisis se salda con menos huelgas por la alta temporalidad y la ausencia de reformas laborales
La recesión lleva más de un año poniendo a prueba la capacidad de resistencia de los trabajadores. Los casi dos millones de empleos destruidos desde que estalló la crisis han hecho poco ruido en comparación con otras épocas. En plena crisis de 1993, de menor intensidad que la actual, más de un millón de trabajadores recurrieron a la huelga. El año pasado, apenas fueron 700.000. La diferencia se acentúa si se tiene en cuenta que entonces sólo había 12 millones de ocupados frente a los 20 millones del año pasado. El malestar laboral resulta ahora menos visible.
"Es un síntoma de madurez", razona Valeriano Gómez, ex secretario general de Empleo, ahora en la Fundación Ortega y Gasset. Este experto atribuye la mayor sensatez tanto a empresarios como a sindicatos y asegura que los despidos realizados, principalmente en la construcción y aledaños, "no son de los que más molestan a los representantes de los trabajadores", es decir, los de empresas que van razonablemente bien y tienen un futuro por delante una vez superada la crisis.
Más allá de la manifestación del sábado, los datos evidencian que el número de huelgas es ahora sólo levemente superior al de las épocas de bonanza. Esa menor traslación a la calle de los conflictos laborales ha suscitado críticas a los sindicatos, acusados de poco beligerantes. Toni Ferrer, responsable de acción sindical de UGT, se defiende: "Sí que hay un nivel de respuesta importante, pero se expresa de otras maneras". Ferrer explica que, frente a la huelga, las discrepancias entre los agentes sociales se han canalizado más a través de los juzgados (por ejemplo, para reclamar la subida pactada de salarios) que en otras ocasiones. O mediante protestas que no implican interrumpir la actividad laboral: "A veces esos paros van en perjuicio de los propios trabajadores", admite.
La paz social y la cultura del diálogo características de la época de bonanza iniciada a mediados de los noventa han dejado un poso que influye en los comportamientos actuales. Pero hay motivos menos románticos para explicar la falta de reivindicación. "Cuando hay mucha temporalidad y riesgo de pérdida del puesto ante un conflicto, los trabajadores tienden a contenerse", dice Fernando Puig-Samper, de CC OO.
Federico Durán, director del despacho laboral de Garrigues y ex presidente del Consejo Económico y Social, aporta una razón más cruda para esa aparente serenidad. "La relación de fuerzas ha cambiado a favor del capital y en perjuicio de los sindicatos. A medio plazo, las guerras las ganan siempre las empresas", zanja.
Amenazas a la calma
Durán ve, sin embargo, una amenaza a esa calma. La crisis ha empezado ya a afectar a los trabajadores fijos. "Eso es una bomba desde el punto de vista social", subraya, aunque condiciona el estallido a que las señales de recuperación tarden en manifestarse.
A Durán le resulta llamativa la falta de protestas más políticas, como la huelga general. Y la atribuye a "la sintonía del poder político con los sindicatos". Valeriano Gómez opone otra razón: en la crisis de los noventa y en la de 2001, el Gobierno reaccionó recortando derechos. Ambas iniciativas fueron contestadas con una huelga general. Un instrumento que los sindicatos no usarán esta vez a no ser que el Gobierno resuelva la prometida reforma laboral con un tijeretazo a los derechos.
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