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Columna
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Violaciones

Muchos padres de familia se ven estos días obligados a explicar a sus hijos qué significa la expresión "problema saharaui", puesta de actualidad por el drama que vive (y del que quizá muera) Aminetu Haidar en el aeropuerto español de Lanzarote. No es habitual que los hijos intenten informarse de las cuestiones de la vida en la misma casa de la que, por razones naturales, quieren largarse cuanto antes. Pero cuando se interesan le ponen a uno en un brete (qué rayos significará brete), o sea, que meten el dedo en la llaga (para eso, para meter el dedo en la llaga, están, entre otras cosas, los hijos). De modo que muchos padres se ven en la circunstancia de relatar sucintamente la historia de ese territorio desgraciado y el papel impresentable que España ha jugado en él. Los hijos, lógicamente, se escandalizan y miran a los progenitores como si tuvieran alguna responsabilidad en esa cadena de despropósitos. Y alguna quizá tengan si pensamos en el esfuerzo que un par de generaciones políticas (y ciudadanas por tanto) vienen llevando a cabo desde la descolonización (o lo que fuera aquello) para no enterarse de lo que le ocurre a ese pueblo y de las violaciones de las que viene siendo víctima con la complicidad de la antigua colonia. La última de estas violaciones, todavía sin explicar por el Gobierno (y ya va siendo hora), consistió en secuestrar (literalmente) a Aminetu, que llegó a Lanzarote contra su voluntad y sin papeles (con el miedo que nos dan los sin papeles). Quiere decirse que para que los medios den a un suceso el estatus de noticia, hay que dejarse morir, lo que ha comprendido increíblemente bien Haidar. Ninguna ingenuidad en el futuro, pues, sobre el "problema saharaui". Ahora, gracias a una huelga de hambre de consecuencias imprevisibles, ya sabemos lo que hay: violaciones y fosfatos, quizá no en ese orden.

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