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Columna
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Adviento

Cuando el ritmo del trabajo y los días estaban marcados por los ciclos religiosos de la liturgia, se cantaba a la esperanza durante estas semanas otoñales y frías. Era tiempo de Adviento, y se le rogaba al Altísimo para que se olvidara de las iniquidades de las tribus de Israel y enviara agua, rocío y redención al pueblo elegido. Tiempo de esperanza y reflexión antaño, y tiempo de crisis, compras y puentes festivos hoy en día en el que tanto se echa en falta la reflexión y la esperanza, porque iniquidades no nos faltan.

La corrupción en la vida pública de las tribus valencianas es una de ellas; quizás la más desagradable y peliaguda, la más nefasta para la convivencia ciudadana. Por eso cabría saludar en primer lugar la perplejidad reflexiva que manifestó en estas mismas páginas el presidente de la Audiencia Nacional, Ángel Juanes, preguntado al respecto. No acababa de entender el alto magistrado que en un determinado pueblo o ciudad hubiese casos de corrupción y que las personas implicadas resultaran otra vez elegidas. Hablaba, y no le faltaba un ápice de sensatez o razón, de la falta de beligerancia ciudadana ante los casos de corrupción. Porque no todo son medidas policiales o judiciales y hace falta un rearme cívico frente a la misma. Hay muy poco que objetar y mucho que aplaudir en las afirmaciones del magistrado. A las mismas se le podría añadir únicamente que debería ser la clase política -por medio de los partidos políticos que tienen encomendado constitucionalmente el mandato de encauzar las aspiraciones del vecindario-, quien diera el ejemplo de ese rearme y coraje cívico ante la corrupción. No suele ser así y, al menos en el País Valenciano, esquivan el bulto, la iniquidad o la insensatez. Quien no lo esquiva, y también es digno de elogio, es el castellonense Juan Costa, que con toda la educación y parsimonia del mundo, afirma públicamente que es obligación de Francisco Camps asumir la responsabilidad de las actuaciones de sus colaboradores, es decir, de los embarrados hasta las corvas en las tramas putrefactas del Gürtel. Pero el ex ministro es una excepción en un escenario cuya norma es esquivar el bulto y salir huyendo por los cerros de Úbeda.

Unos cerros en donde el vicealcalde de la capital de La Plana y miembro relevante del delfinato de Carlos Fabra, es decir, el joven Javier Moliner, responsabiliza, y se queda tan tranquilo, de la crisis de la construcción a quienes denunciaron los desaguisados y las corruptelas en la misma. De "campaña injusta" habla refiriéndose a quienes aquí o en el caso de Nueva Esperanza señalaron las irregularidades, pelotazos, especulación y otras hierbas mortales en la geografía del ladrillo valenciano. El joven Moliner esquiva el bulto, como tantos otros, y cierra a cal y canto la rendija de la esperanza en este tiempo de Adviento y reflexión.

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