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Columna
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Clásicas y modernas

Hace unos días, una editorial catalana me mandó un mensaje en el que recomendaba una novedad, cuya excelencia refrendaban 12 expertos. Y, aquí, el masculino plural se corresponde con la realidad que representa: 12 varones. Inmediatamente, una se pregunta por esa falta de presencia femenina. ¿Es éste un caso aislado o un síntoma de una enfermedad sistémica y pertinaz? Para comprobarlo, busco más datos.

En el terreno de las instituciones, el Institut d'Estudis Catalans lo componen 36 personas, de las que el 20% son mujeres. En la Real Academia Española hay 42 miembros, de los que sólo el 7% son mujeres.

En el de los premios, desde 1985 hasta 2009, el Ciutat de Barcelona de literatura, otorgado por el Ayuntamiento, ha ido el 91,5% de las veces a manos de hombres y sólo el 8,5% a mujeres. El Nacional de Literatura Catalana, que entrega la Generalitat, ha correspondido, desde 1995, una vez a una mujer y las 14 restantes a hombres. El Nacional de Literatura del Ministerio ha sido ganado desde 1977 sólo el 6,5% de las ocasiones por mujeres, y el Cervantes, desde 1976, el 6%.

Las mujeres que escriben se tropiezan con prejuicios nacidos de una concepción androcéntrica del mundo

Tampoco parece razonable la proporción entre obras de mujeres y de hombres merecedoras de la atención de la crítica. Según un estudio realizado sobre los suplementos literarios de dos periódicos de ámbito estatal (Manifiesto por la igualdad en la cultura que aparece en el blog de Clásicas y Modernas), en enero de 1980 el 16% de las obras comentadas habían sido escritas por mujeres. En enero de 2005, el porcentaje había descendido hasta el 11%.

El mensaje que de forma recurrente lanzan los medios de comunicación, esto es, que las mujeres dominan el mundo de las letras, queda, pues, desmentido por la contundencia de estos datos.

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Tal vez ese desequilibrio se deba a que las mujeres escriben menos, se dice una. Estudiando los catálogos de las principales editoriales castellanas y catalanas, la proporción es aproximadamente del 75% de escritores frente al 25% de escritoras. Efectivamente, por cada tres hombres sólo hay una mujer escritora y, sin embargo, ese 25% se halla infrarrepresentado en todos los terrenos.

Entonces, tal vez sea que las mujeres escriben mal. Rematadamente mal. La respuesta más inteligente a esta hipótesis es la de Laura Freixas (Literatura y mujeres) frente al argumento de que todas las escritoras -excepto alguna como Duras o Yourcenar- producen "literatura mal escrita que utiliza como coartada el ser hecha por y para mujeres". A lo que Freixas responde: "Bastará, pues, que las interesadas demuestren que están a la altura de Duras y Yourcenar, que es la altura mínima a la que está cualquier varón que coja la pluma, cosa bien sabida y que hace innecesaria, para ellos, cualquier demostración".

Y es que las mujeres que escriben se tropiezan, en general, con mayor número de obstáculos, el más importante de los cuales son los prejuicios nacidos de una concepción androcéntrica del mundo. Así, literatura femenina se usa, salvo contadas excepciones, como sinónimo de mala literatura. Y es que nuestra crítica oficial sigue considerando válida la terminología de Cortázar (cuyo sexismo era casi tan formidable como su calidad literaria), el cual estaba convencido de que existen dos tipos de lectores: los hembra, que tragan mucho. Y los macho, que -¿lo dudaban?- tienen criterio.

Para luchar contra ese arrinconamiento e invisibilidad de las mujeres no sólo en el terreno de la literatura, sino también en el de la música, el teatro, el cine, el periodismo... -en definitiva, la cultura- nació hace pocos meses la asociación Clásicas y Modernas. Es una asociación que tal vez pueda llegar a sacudir las neuronas de la RAE e inducirla a sentar en uno de sus sillones a Carme Riera o a Cristina Fernández Cubas, por ejemplo. Que tal vez pueda ayudar a desmontar viejos estereotipos trasnochados, que, al repetirse, perpetúan las desigualdades. Que tal vez pueda dejar claro que no existe una "literatura de mujeres", sino sólo literatura; que la altura de quien escribe nada tiene que ver con el sexo.

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