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Tribuna:Laboratorio de ideas
Tribuna
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Reglas, ética y modernización económica

Antón Costas

Como les decía en el artículo anterior, esta crisis va a dejar problemas permanentes de no fácil solución. Uno de ellos será una mayor dificultad para gobernar la economía, tanto para hacer reformas como para lograr la eficacia de la política económica.

Esta dificultad se relaciona con la crisis de los valores éticos que legitiman el capitalismo. En las recesiones de 2001 y de 1992 se discutía acerca de las políticas económicas más adecuadas para enfocar la recuperación. Pero no se cuestionó la legitimidad de las instituciones y reglas que gobernaban la economía.

Ahora todo el mundo es keynesiano y coincide en la necesidad de políticas fiscales activas que eviten que la recesión se transforme en una depresión. Pero, por el contrario, se cuestionan las instituciones, reglas y valores que han gobernado la economía en la fase de expansión precrisis.

Hay una élite que no se hace responsable de sus actos, aunque lleve a la ruina a sus clientes y empresas

El cuestionamiento alcanza instituciones y reglas básicas de la economía de mercado, como los esquemas de sueldos de los altos directivos; el papel de los bancos centrales a la hora de evitar burbujas y recesiones; el funcionamiento de los organismos de control y supervisión; el papel de las empresas de auditoria y consultoría; el de las agencias de rating; el fallo de los bancos en suministrar un bien esencial como es el crédito; etcétera.

Ese cuestionamiento es evidente entre los ciudadanos de a pie y en los trabajadores. Pero emerge también del núcleo mismo de los defensores de la economía de mercado. Basta con leer The Financial Times o The Economist.

¿Por qué la crisis de 2008 está provocando esta deslegitimación de la economía de mercado?

No es la crisis en sí. Las crisis están en el ADN del capitalismo, que es, por naturaleza, maniaco depresivo. El motor de esa bipolaridad son los animals spirits de los que nos habló John M. Keynes, los sentimientos humanos que, al oscilar entre la confianza y la desconfianza, dan lugar a las fases de euforia y depresión económica. Desde hace al menos 200 años hemos visto decenas de crisis del capitalismo. Y las seguiremos viendo.

Pero hay crisis y crisis. En la de 2008 hay algo más que animals spirits. Ha dejado al descubierto un fallo en las reglas e instituciones y una enorme quiebra en los valores morales que legitiman socialmente el capitalismo: la prudencia de los banqueros, la buena fe, la confianza, la fraternidad o la justicia. Valores cuya importancia para la economía de mercado ya había señalado Adam Smith hace más de 200 años, y que ahora han vuelto a recordar, entre otros, George Akerlof y Robert Shiller en un libro reciente que vale la pena leer.

Pero cuando se habla de crisis de valores hay que aclarar de qué hablamos.

Desde los años ochenta, los conservadores han denunciado una crisis de valores morales de las clases populares. A su juicio, las políticas sociales del Estado del bienestar habrían minado el espíritu de sacrificio, esfuerzo y ahorro de las clases trabajadoras, que habrían renunciado a su responsabilidad individual para confiarlo todo al papá Estado. Esa pérdida de valores tradicionales sería la causa de la disminución del ritmo de crecimiento de la productividad y de la crisis.

Pienso que el Estado del bienestar ha sido la mayor innovación social del siglo XX, pero no me cuesta aceptar algún fundamento a esa crítica. Ahora bien, la crisis de 2008 no tiene nada que ver con esa pretendida crisis de valores de las clases populares, sino con otra crisis de valores: la de las élites del nuevo capitalismo. Desde los ochenta ha surgido un capitalismo corporativo ligado a las grandes instituciones financieras y de consultoría, diferente en su conducta del capitalismo industrial de los siglos XIX y XX. Con él ha emergido una élite financiera y de negocios que se ha autoexcluido del resto de la sociedad, creando un código moral propio en el que fraude, mala fe, corrupción y abusos no tienen la misma sanción moral que para el resto de los mortales. Una élite que no se ve responsable de sus actos, aunque lleve a sus clientes a la ruina, y a sus empresas, a la quiebra.

¿Por qué la inmoralidad en los negocios es mayor ahora que hace 40 años, cuando los altos ejecutivos cobraban sueldos razonables, pero no abusivos, y las empresas eran eficientes?

Hay una nueva cultura empresarial surgida de las escuelas de negocios y de las facultades de economía de elite que ha favorecido el relativismo moral bajo la retórica del talento y la excelencia. De nuevo, la crítica más dura viene de las filas propias. La columna que les ha dedicado The Economist es demoledora (16 de septiembre).

Pero la explicación no es únicamente cultural. La inmoralidad es ahora mayor porque en las dos últimas décadas se han desmantelado o perdido eficacia las reglas que se introdujeron después de la Gran Depresión de los treinta. Una desregulación que ha encontrado apoyo doctrinal en la teoría de la eficiencia de los mercados y la racionalidad a rajatabla de los agentes económicos, y que ha llevado a identificar economía de mercado con mercados desregulados. Y así nos ha ido.

Mientras no se reconstruyan esas reglas y valores que controlaban la conducta depredadora de las élites de los negocios, permanecerá en la sociedad una percepción de injusticia que deslegitimará la economía de mercado y restará eficacia a las políticas. Vamos, que los reformistas tecnócratas han de recordar lo que enseñaban los viejos maestros: que la política económica no es una simple aplicación de la teoría económica; hay que adentrarse en la política y la psicología para comprender el papel de las reglas y la ética en el avance de la modernización económica.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la UB.

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