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Columna
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El cambio de modelo

A raíz de la crisis económica (sí, esa en la que tanto ha tenido que ver el Gobierno americano con sus leyes de reinversión comunitaria, y los bancos centrales bajando el tipo de interés, y los millones de pardillos que hemos firmado hipotecas como quien firma autógrafos) uno de los mantras más frecuentados por la clase política (sí, esa que ha otorgado licencias a todos los constructores, y recalificado terrenos como en un juego de magia, y cobrado plusvalías para ejercitar más tarde la demagogia local) ha sido el cambio del modelo económico.

El cambio de modelo económico es la tabla de salvación a la que se agarra nuestra generación para salir del hoyo. Es la frase de moda, un estrambote que prospera bajo el fantástico presupuesto de que los políticos guían la economía. La ley de Economía Sostenible, proyecto estrella del gobierno socialista, simboliza ese afán, y la ministra Salgado repite el mantra hipnotizante: vamos a cambiar el modelo económico.

La ley de Economía Sostenible reúne un batiburrillo de medidas, donde encuentran su lugar desde lo juicioso a lo absurdo, desde lo realista a lo improbable. Por cierto, en el mismo consejo en que se aprobaba la insostenible ley, el Gobierno socialista regulaba la temperatura de los espacios públicos (oficinas, cines, cafeterías, aeropuertos o auditorios) con máximos de 21 grados en invierno y 26 grados en verano, y establecía para la humedad relativa una horquilla de entre el 30 y el 70%. Cuando se establece por decreto hasta el porcentaje de humedad relativa, el repetido irrintzi sindical de que esta es la patria del liberalismo salvaje suena muy desafinado.

Todo gobierno pretende dirigir la economía, pero asegurar que en verdad lo hace sólo puede ser efecto del consumo irresponsable de alguna sustancia alucinógena. Ningún político logrará jamás embridar las energías sociales y económicas. Empeorar las cosas está en sus manos, pero bastaría con que no hiciera nada para contribuir a la mejora. Y las leyes diseñarán modelos, pero la gente sale de casa muy de mañana, sin leer el boletín del reino, y dispuesta a ganarse la vida según pidan los consumidores, no según exijan los burócratas. Por mucho que le duela a la ministra, y en tanto no funde un régimen soviético, ningún ejército de funcionarios puede imponer un modelo económico, menos aún en horario de oficina.

La ley de Economía tornará insostenible, porque los ciclos seguirán trazando dientes de sierra a lo largo de la historia. En pocos años llegará un nuevo periodo de bonanza y entonces el presidente sacará pecho y recordará su responsabilidad en el repunte. Pero sólo la providencia, cuyos designios son inescrutables, podrá explicar la suerte del líder socialista: elegido poco antes de la gran crisis, llegará a la próxima cita electoral saliendo de la misma. Para alguien que no cree en los milagros no está mal.

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