Estornudos en el Eixample
De vez en cuando nuestra sociedad regresa a su etapa medieval. Se anuncia una pandemia de nada y media población se queda mirando con desconfianza a la otra media. Estos días resulta de lo más gracioso ver estornudar a alguien en el autobús. De pronto se produce un desplazamiento alrededor del sujeto y hacen acto de presencia esas caras -mitad hostilidad, mitad censura- que tan bien retrataban Dreyer o Bergman. La última persona que se puso a moquear en público fue amonestada por una señora, que sacó rápidamente del bolso un pañuelo de papel y se lo cedió, condescendiente. Aunque nadie lo diga en voz alta, esta temporada está de moda alarmarse a la más leve señal de congestión nasal, irritación en el cuello o dolor en el pecho; vamos, aquello que antes se curaba con Vicks Vaporub y ahora requiere intervención facultativa y ríos de tinta.
Hace unos meses que soy vecino del Eixample. Mi casa está rodeada a partes iguales de iglesias, conventos, clubes para adultos y prostitutas de las que no se acercan a la Boqueria ni para comprar percebes. En este gran asilo a cielo abierto los jubilados aparecen como las lagartijas en cuanto sale el sol. Pero ahora, con la gripe A rondando por las terrazas, los ancianos descansan a mediodía con la mascarilla puesta; resulta difícil saber si para no contagiarse o para no contagiarnos. Otros te miran con gesto despreocupado y paso firme, señal inequívoca del que ya ha sido vacunado. Y es de suponer que el gremio de las mujeres públicas habrá tomado alguna medida privada de precaución (¿para cuándo el preservativo buco-nasal?). Aunque los médicos se empeñen en quitarle hierro al asunto, no falta el gracioso que prevé una epidemia de tamaño bíblico. Esta misma mañana la humanidad se dividía entre vacunados, vacunables y escépticos. Y todo eso en un lugar donde cada fin de semana es como una película de catástrofe posnuclear, en la que no transita ni un alma por la calle. Intentando verlo desapasionadamente, he de reconocerles que por momentos acojona. Después pongo la tele, veo las noticias y se me pasa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.