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Reportaje:MISIÓN SECRETA EN ESPAÑA

La fuga de los 'chacales'

Los dos agentes secretos franceses detenidos en Cataluña en 2002 con un fusil de mira telescópica quedaron libres tras la intervención de su jefe, el general Philippe Rondot. EL PAÍS reconstruye la estrategia seguida por el cerebro del espionaje francés para evitar el enjuiciamiento de sus hombres

El 2 de octubre de 2003, Jean Louis Guinero, gendarme de la Policía Judicial francesa, se presentó ceremoniosamente en el despacho del general Philippe Rondot, en la calle de Saint Dominique, de París.

-Mi general, vengo a entregarle una citación de un tribunal español.

Guinero, que jamás había visto al superespía francés, responsable de operaciones especiales del Ministerio de Defensa, leyó las frases protocolarias en las que el receptor reconoció haber recibido una citación de la Audiencia de Barcelona para comparecer en calidad de testigo en el juicio convocado en esa ciudad para el 28 de enero de 2004. En esa vista estaba previsto juzgar a sus subordinados Christian Piazzole y Rachid Chaouati, detenidos dos años antes en Cataluña con un fusil de mira telescópica cuando supuestamente participaban en una operación Alpha [la preparación de un asesinato selectivo, según la oscura terminología del espionaje]. Rondot estampó su firma y el gendarme Guinero se despidió de él con un saludo militar.

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El general Rondot, de 75 años, el superespía que capturó en 1994 al mítico terrorista Chacal, había logrado la puesta en libertad de sus hombres después de visitar el 17 de octubre de 2002 a José María Mena, fiscal jefe de Barcelona, y acreditar que Piazzole era "un funcionario a sus órdenes que actuaba en el ejercicio de sus funciones, siendo el material y armamento ocupado propiedad del Gobierno francés", según el escrito del fiscal dirigido a la Audiencia de Barcelona. El alto militar empeñó su palabra para garantizar que sus agentes comparecerían cuando fuesen llamados a juicio. Ante un avalista de semejante calibre, el tribunal acordó ese mismo día la libertad provisional de los dos espías, sin adoptar ninguna medida cautelar. Pero ni los acusados ni su distinguido jefe, que esgrimió la colaboración de Francia en la lucha contra ETA, acudieron jamás a la vista oral. Ante esa burla, la justicia española declaró en rebeldía a los espías y ordenó su búsca y captura internacional, que aún hoy sigue vigente.

La comparecencia de Rondot como testigo había sido solicitada por Fernando Rodríguez y Francisco Javier Márquez, defensores de los dos chacales franceses. Pero, sorprendentemente, unas semanas antes de la vista ambos letrados renunciaron al testimonio del general, máximo valedor de sus clientes. El letrado Rodríguez también rehusó citar a juicio al supuesto comisario de policía Bernat Chardonye, un consumado actor embutido en un traje de raya diplomática, que a los pocos días de la detención de los dos agentes se presentó ante el subinspector de los Mossos d'Esquadra Antonio Alcántara y el inspector Doménech Aguilar i Alemany, responsables de la investigación, para esgrimir la condición de espías de los detenidos. Y lo hizo acompañado del jefe de Información de la Guardia Civil de Cataluña, el teniente coronel Ángel Gozalo Martín, a cuyo testimonio también renunció el abogado.

El gendarme Guinero no pudo entregar al supuesto comisario Chardonye -¿quién demonios era ese impostor?- la citación para el juicio porque sencillamente no existe en Francia ningún policía con ese nombre. Guindero tampoco pudo citar a Christian Piazzole, de 48 años, el principal acusado, el tipo que iba a recoger un rifle de fabricación artesanal con silenciador y mira telescópica láser, así como una pistola Ruger del calibre 22 Long Rifle, que su escudero Rachid Chaouati, de 46 años, había desenterrado en abril de 2002 de un zulo próximo a Manresa y que transportaba junto a su mujer Karima en un Audi 80.

La portera del número 39 de la calle parisiense de Roma, dirección que había facilitado Piazzole a la policía catalana, comunicó a los agentes judiciales que el espía nunca había vivido allí. "Sólo compartía ocasionalmente una habitación en la sexta planta con el señor Philippe Dubreuil, pasando ambos la mayor parte del tiempo viajando por el extranjero. Dubreuil dejó su habitación hace meses y recibía postales desde fuera de Francia", dijo la portera. "Las investigaciones en diferentes ficheros de nuestra Administración no nos han permitido llegar a conocer ninguna dirección oficial del señor Piazzole", asegura el documento firmado por el cabo Jean Pierre Carrera y enviado a los jueces españoles el 7 de octubre de 2003.

El 12 de diciembre de 2003, cuando faltaban seis semanas para el juicio, la Sala V de la Audiencia de Barcelona, formada por los magistrados Elena Guindulain, Augusto Morales y José María Assalit, aceptó la renuncia al testimonio del general Rondot pedida a última hora por los letrados de los espías, quienes en todos sus escritos argumentaron, una y otra vez, que sus clientes eran agentes franceses en misión oficial y a las órdenes de Rondot. Y gracias a ese argumento habían logrado que los jueces les devolvieran sus pasaportes y su dinero.

De nuevo el gendarme Guinero se trasladó al Ministerio de Defensa en París para comunicar al general que ya no era necesaria su comparencia. ¿Por qué renunciaron los jueces españoles al testimonio de Rondot cuando ya sabían que el comisario Chardonye era un farsante? ¿Cómo se puede prescindir de la palabra del hombre que avaló a los procesados y que aseguró que ambos realizaban un ejercicio de entrenamiento y traslado de armas en España?

Cuando se comunicó a Rondot que no debía acudir al proceso señalado contra sus hombres, el general ya sabía que éstos no acudirían a la vista. El cuaderno de notas del superespía, un tipo maniático y minucioso que lo apuntaba todo, recoge su preocupación por el caso español y la estrategia a seguir para salvar a Piazzole y Chaouati de los siete años de cárcel que la fiscalía reclamaba para ellos por un delito de depósito de armas de guerra. El 14 de noviembre de 2003 anotó en su diario: "Según el jefe de gabinete [de la ministra Michelle Alliot-Marie] la justicia española no se cree nuestra versión, las armas eran reales y el agente no sabía que se trataba de un ejercicio".

Y Rondot, con la ayuda de un abogado español que actuó como tapado, que no figura en ninguno de los escritos de la causa y que visitó varios despachos esgrimiendo la colaboración de ambos países en la lucha contra ETA, diseñó otra vía de escape: la posibilidad de que el enjuiciamiento de sus espías se celebrase en un territorio seguro para Piazzole y Chaouati, ambos de origen argelino y de nacionalidad francesa, que llevaban varios años en vidriosas misiones secretas en África y Europa.

Preocupado por que los tribunales españoles mantuvieran su pretensión de juzgar a sus dos chacales, Rondot ideó una estratagema cuando faltaban sólo 22 días para el juicio: planeó que éste se celebrara en Francia. Y así lo hizo constar el 6 de enero de 2004 en su cuaderno: "Reunión con Philippe Marland. Asunto español (Alpha). Última hora DGSE número 1.552 del 31-12-03 sobre procedimiento. ¿Solución del traslado del caso a Francia? Aceptable si España lo soluciona en audiencia de Gabinete y no publica (riesgo mediático). Asegurarse por la parte española: orden del magistrado en Ma-drid+abogado. ¿Dejar pudrirse el asunto de España? Consultar al juez Fourret ese día. Explicar yo mismo al fiscal jefe de Barcelona. ¿Qué hace DGSE para la protección de OT y del agente? (prioritario). Si se transfiere a Francia es como reconocer que hay algo oscuro. Ver a P. Brochant mañana a las nueve".

El 12 de enero de 2004 los abogados de los dos espías pidieron que el juicio se celebrara en Francia, pero el fiscal español se opuso porque esta medida "no tendría otro objeto que evitar el viaje a España de los procesados, mientras que eso suponía el desplazamiento a Francia de 12 funcionarios públicos españoles (todos testigos propuestos por el fiscal) y del transporte del objeto del delito [un fusil de mira telescopica y una pistola]. La dilación, distorsión y dificultades objetivas son evidentes", respondió el acusador público.

Sólo dos días después, la sala cursó una orden de detención europea y decretó la prisión provisional de Piazzole, al intuir que jamás se personaría en el juicio porque el Estado francés aseguraba una y otra vez que no lograba localizarlo.

El 28 de enero, los magistrados esperaron en balde la llegada de Piazzole y su recadero Rachid Chaouati. Ni uno ni otro hicieron acto de presencia, pese a que Chaouati sí había recibido y firmado la citación en su domicilio de Marsella. Ante su inexplicable ausencia, ambos fueron declarados en rebeldía. La palabra del general Rondot, que había empeñado su honor en favor de sus subordinados, se la había llevado el viento y ese mismo día éste escribió en su agenda: "En casa de Philippe Marland. Operación Alpha. Probable mediatización con la audiencia de ese día en Barcelona".

El superespía francés temía que la ausencia de Piazzole y Chaouati desatara un escándalo en la prensa. Sus temores eran infundados. Porque la fuga de los dos procesados no tuvo el menor eco en los medios. No hubo el menor revuelo por la burla a la que la justicia española había sido sometida.

Una semana antes, el general anotó en su agenda personal qué hacer para evitar la busca y captura de sus hombres que previsiblemente pondría en marcha la justicia española: "¿Ver la difusión de una orden en Francia?; evitar la inscripción en los archivos franceses; la suerte del agente ¿deslocalizarlo? París". Días antes Rondot ya había escrito que sus hombres necesitaban nuevas identidades para eludir la orden de busca y captura internacional.

La orden de captura contra Rachid Chaouati se dictó el 31 de enero, tres días después del fallido juicio, pero Rondot había logrado que ningún policía francés, especialmente los de Marsella, se interesara por el paradero de este argelino que durante tres semanas al mes trabajaba para una empresa de seguridad en esa ciudad y la cuarta la reservaba para sus misiones secretas como recadero de Piazzole.

EL PAÍS comprobó hace una semana que Rachid y Karima, su esposa, vivieron hasta 2006 en el número 28 de la calle Fréres de Saint Bartelemy, un barrio de clase media a unos diez minutos del puerto antiguo de Marsella. El prófugo de la justicia española siguió residiendo en el mismo domicilio que facilitó cuando fue detenido en Manresa (Barcelona) y en el que le entregaron la citación judicial. Su apellido todavía permanece escrito en el portero automático de su vivienda, un edificio viejo y sin ascensor. "Se marcharon en 2006 y no dijeron a nadie adónde iban", asegura una vecina. Nadie en el inmueble vio a ningún policía buscando a Rachid. "Usted es la primera persona que viene aquí preguntando por él", afirma un vecino. Todos le recuerdan con su traje azul de guarda de seguridad.

Chaouati protegía edificios y era guardaespaldas de empresarios. Ante los Mossos d'Esquadra se describió como estudiante de artes marciales, aficionado a Internet y especialista en la protección de VIP (personas importantes). De la mano de Piazzole recorrió Europa y África bajo la falsa identidad de Richard Pérez. Según su testimonio, cobraba mensualmente 8.500 francos franceses (unos 1.300 euros) por ese trabajo.

Su primer encargo profesional en 2001 consistió en fotografiar el restaurante de un hotel en Amsterdam. Tres meses después viajó a Grecia para hacer una entrega de una cinta de VHS que le había facilitado Piazzole con el que se encontró en Salónica; a Zaragoza viajó en avión con el único objeto de comprar un teléfono móvil... y repitió traslados similares hasta Barcelona y Valencia. En cada ciudad adquirió un móvil diferente. ¿Para qué compraba esos teléfonos?, le preguntó el mosso que le interrogó. "No lo sé. Yo no sabía nada de las operaciones. Sólo me interesaba viajar y cobrar mi sueldo", respondió.

El primer salto de Chaouati a África fue durante un viaje a Marruecos en el que tenía como misión comprar una batería de vídeo. Se la entregó a Piazzole y este último la trasladó a París. Él regresó a la capital francesa en tren desde Algeciras, otro largo periplo en el que tampoco se preguntó a qué obedecía el rocambolesco encargo.

Chaouati viajó también a Argelia, su propio país. En esta ocasión con el encargo de fotografiar la fachada y el entorno del Ministerio de la Vivienda argelino. Hizo las fotografías y regresó a París para entregárselas a su enigmático jefe. La entrega de sobres y filmación de un restaurante en Nápoles, y un viaje a Berlín para comprar otro teléfono fueron sus últimas misiones antes de su captura en Manresa.

El recadero de Piazzole viajaba tanto que Karima, su esposa argelina, sospechaba que tenía amantes en varios países, según confesó en su declaración judicial. Rachid estaba separado de una belga con la que tiene un hijo que a veces les visitaba en Marsella.

Cuando el general Rondot viajó a Barcelona, en octubre de 2002, para entrevistarse con el fiscal Mena y pedir su libertad provisional no pronunció ni una palabra en favor de Rachid. Sólo intercedió en favor de Piazzole. "¿Y el otro detenido?", le preguntó Mena. "¿No estaba muerto?", respondió el general Rondot, lacónico y enigmático.

Pese al tiempo transcurrido, los tribunales españoles no han logrado sentar en el banquillo a los dos espías. Están fugados. Ni averiguar qué oscura misión les había traído a España ni qué hombre era su objetivo. ¿Por qué renunció la justicia a interrogar al general Rondot, al hombre capaz de aclarar todos los interrogantes?

José María Mena, ex fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
José María Mena, ex fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.MARCEL-LÍ SÀENZ
Philippe Rondot junto a su abogado, Eric Morain, tras comparecer ante los jueces en mayo de 2006 por el escándalo político del <i>caso Clearstream.</i>
Philippe Rondot junto a su abogado, Eric Morain, tras comparecer ante los jueces en mayo de 2006 por el escándalo político del caso Clearstream.REUTERS

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